Superman Nº 27

Título: Errante (VII): el poder de mover mundos
Autor: Jose Luis Miranda
Portada: Roberto Cruz
Publicado en: Febrero 2014

La figura de Nelson Mandela es innegablemente una de las más importantes del Siglo XX. Su visión y su lucha sirvieron de inspiración para muchos en todo el mundo. Sirva esta historia como sentido homenaje a su persona de parte del equipo de Tierra-53
Enviado a la Tierra desde el moribundo planeta Krypton, Kal-El fue criado por los Kent en Smallville. Ahora como un adulto, Clark Kent lucha por la verdad y la justicia como...
Creado por Jerry Siegel y Joe Shuster

Resumen de lo publicado: después de perder sus poderes tras su combate contra Zod y separado de Lois, Clark emprende un viaje alrededor del mundo para reflexionar sobre todo lo que le ha ocurrido y buscar la fuerza para continuar con su vida.


He batallado contra la dominación blanca
y también contra la dominación negra.
He albergado el ideal de una sociedad libre y democrática
en la que todas las personas convivan en armonía
y en igualdad de oportunidades.
Es un ideal que tengo la esperanza de alcanzar en vida.
Pero, si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir.
(Nelson Mandela, político sudafricano)


Prólogo

Clark Kent todavía andaba con dificultad. Las recientes heridas sufridas en el corazón de África (1) le habían dejado secuelas indelebles. Un costado le ardía y le provocaba una tenue cojera. Él, que antaño había sobrepasado edificios de un solo salto, que había sido más veloz que una bala y más poderoso que una locomotora, se apoyaba en un bastón para poder andar. Sin embargo, no era un hombre dado a la queja. Creía firmemente que, tanto como se debía luchar por cambiar lo injusto de la vida, tenía que saberse aceptarla en ocasiones tal y como se presentaba.

No hacía ni una semana que había abandonado la estancia hospitalaria. El largo periodo de convalecencia, unido a la no recuperación total, había hecho germinar en su mente la idea de terminar su recorrido por el mundo y retornar a los EE.UU. Si no la puso en práctica fue por la intervención de Sonia. La periodista que le había acompañado en Roma y en la terrible experiencia africana(2), tenía un nuevo encargo de su periódico: viajar a Sudáfrica para entrevistar al mismísimo Nelson Mandela. Mandela contaba con 95 años y su última aparición pública había sido en la final de la Copa del Mundo de 2010, que fue levantada por la selección española. La posibilidad de volver a ver a Mandela(3) le impulsó para decidir el viaje a Sudáfrica. Además, la elevada edad del sudafricano podría suponer que sería su última oportunidad de charlar con este hombre que, sin duda, formaba parte de la historia de la humanidad.


Capítulo 1: Johannesburgo

Dos meses antes, en la Prisión Central de Johannesburgo, Burt Cummings se vestía como si lo hiciera por primera vez en su vida. Hacía veinte años que no se abrochaba el cinturón de sus pantalones vaqueros, de hecho, ni siquiera había vestido ningún pantalón vaquero en ese tiempo. Observó detenidamente la ropa del presidio entre grisácea y azulada y nació en su interior un profundo sentimiento de odio hacia ella. Era su último día en aquella prisión. Un funcionario le acompañaba hacia la salida y según se aproximaba a la puerta sintió un vértigo creciente ante la vida que le esperaba extramuros. Una vida que no se parecería en nada a la que dejó antes de ser condenado por asesinato.

-Bueno, Burt. Llegó el momento. No creo que nos eches de menos, ¿verdad?- dijo el guardia.

Burt le miró con cara de pocos amigos. Tuvo ganas de pegarle en la cara, pero se limitó a continuar andando hacia la puerta. Al atravesar el umbral de la cárcel miró al cielo y le pareció que era la primera vez que lo veía. Su hermano estaba esperándole en un coche aparcado enfrente de la prisión. En cuanto le vio aparecer se bajó del vehículo y le ayudó a meter en el maletero la pequeña mochila que portaba. Un tímido apretón de manos entre ambos les sirvió para certificar el reencuentro. Ninguno mostraba demasiada alegría.

-Burt.

-Peter.

-¿Cómo te encuentras?

-Pues supongo que… libre.

-¿Cuánto…?

-Este mes se cumplen los veinte años.

-Digo, ¿cuánto hace que no nos veíamos?

-¿Tu última visita? Hace, creo que…, unos tres años. Sí, nos vimos por última vez en persona hace tres años.

-El tiempo pasa demasiado rápido.

-¿Rápido? Será aquí fuera. Allí dentro los días se hacían eternos. Estas dos décadas me han parecido siglos.

-¿Cómo estás?

-No te ha importado demasiado en los últimos tres años.

-Vamos, Burt, te pagué la defensa, los costes judiciales... Siempre he estado pendiente.

-No me sirvió de mucho.

-Joder, ¿te paso las facturas?

-Bueno, está bien… Dejémoslo.

-Han sido veinte años. He tenido otras responsabilidades, otras cosas que atender. La vida ha continuado para todos.

-De eso no me cabe la menor duda.

-Debes entender que tienes que comenzar una nueva vida. Hay que olvidar el pasado y afrontar el futuro.

-¿Sabes algo de Emma?

-Sé que se casó con un empresario adinerado. No sé si sigue viviendo en Sudáfrica o se mudó a Europa o EE.UU. Se llevó a vuestra hija con ella. No mantuve el contacto. Lo siento.

-Mi hija nació estando yo en prisión. Ahora será toda una mujer. Jamás la he podido ver. Tampoco creo que Emma le haya hablado de mí.

-Lo pasado, pasado debe quedar. No hay otra alternativa. Te volverás loco si crees que puedes recuperar algo de lo que era tu antigua vida. Debes mirar al frente y...

-Qué fácil es decir eso para alguien que no ha dejado de hacerlo. En la cárcel lo único que te mantiene cuerdo es el recuerdo de lo que tuviste.

-Debes hacerte a la idea de que tu vida será distinta.

-Ya. ¿Dónde vamos? ¿A tu casa?

-Bueno… no exactamente… No es que no quiera llevarte a mi chalet. ¿Recuerdas a Carol, mi mujer? Te envía recuerdos. Y mis hijas también. Ya habrá tiempo de verlas.

-Carol nunca me tragó. Tus hijas no me han visto en la vida, no creo que me echen mucho de menos. Nadie querrá que aparezca por allí.

-Te equivocas…, pero he pensado que es mejor darnos un tiempo.

-¿Son poco veinte años?

-Joder, Burt, no me lo pongas más difícil.

-Sí, qué difícil debe ser esto para ti. Entonces, ¿dónde vamos…?

-Te he alquilado una pequeña habitación en una casa de pensión. Cerca de nuestro antiguo barrio. Te he pagado dos meses por adelantado. No es gran cosa, pero te servirá hasta que encuentres trabajo.

-Con veinte años fuera de la circulación, ¿qué trabajo se supone que me van a dar?

-He hablado con el señor Mc Kinley. ¿Le recuerdas? Tiene casi setenta años. Sigue regentando su tienda de alimentación. Se plantea jubilarse de una vez y no tiene hijos ni pariente alguno. Le he convencido que te contrate y que baraje la posibilidad de venderte el negocio.

-Olvídalo.

-¿Cómo?

-Paso.

-Mira Burt. He abonado solamente un par de mensualidades de alquiler. No puedo mantenerlo eternamente.

-Ya me buscaré la vida.

-No tires por la borda esta oportunidad.

-¿Llamas oportunidad a vender conservas de atún a los ancianos del barrio?

-No creo que te ofrezcan trabajo de vicepresidente del gobierno. Escucha, Burt…

-No, escucha tú. Déjame en la magnífica pensión que me has alquilado y haz lo mismo que has hecho estos veinte años: dejarme absolutamente… en paz.


Capítulo 2. Robben Island, Ciudad del Cabo (Sudáfrica)

Mandela vivía actualmente en la ciudad de Johannesburgo, perteneciente a la provincia de Gauteng, en el interior del país. Sin embargo, como Sonia, la periodista italiana, había pactado la entrevista con la mujer actual de Mandela al día siguiente, tuvieron una jornada para recorrer algún otro lugar emblemático de Sudáfrica.


Así, Clark y Sonia pisaban en aquel momento el pequeño embarcadero de Robben Island. Esta isla estaba situada a doce kilómetros de Ciudad del Cabo, en la provincia de Cabo Occidental. Su importancia turística venía dada por haber albergado una antigua prisión donde muchos presos políticos pasaron años de encierro. Convertida ahora en museo era visita obligada para turistas curiosos. El guía se dirigió al grupo de unas veinte personas que estaban esperando turno para entrar y les pidió educadamente que lo acompañaran. Su voz, tan ronca como serena, comenzó a explicarles el origen de la cárcel en un discurso que, se adivinaba a la perfección, conocía de memoria. Sus palabras se teñían de un cierto deje artificioso nacido de repetir una idéntica narración cientos de veces.

-Estimados señores comencemos un recorrido por un monumento declarado de interés para la humanidad por la UNESCO. Robben Island se ha traducido generalmente por isla de las focas y tiene aproximadamente unos cinco kilómetros cuadrados de superficie. Desde el siglo XVII esta isla ha sido utilizada para aislar a presos rebeldes o incómodos para el estado. Aquí el gobierno colonial británico condenó a cadena perpetua al líder africano Makanda Nxele. De hecho, murió intentando escapar. Más recientemente los presos políticos más relevantes, todos ellos luchadores contra el apartheid, fueron Walter Sisulu, Govan Mbeki, Kgalema Motlanthe, Robert Sobukwe y, claro está, Nelson Mandela.

Los pasos del guía adentrándose en el pasillo de las celdas fueron seguidos por la veintena de turistas ávidos de interés y no exentos de cierta curiosidad morbosa. Las ahora vacías estancias, antiguos habitáculos para los presos, suscitaban en estos turistas de clase media alta una incómoda sensación al ver el escaso espacio de algunas de ellas y al pensar cómo podía un ser humano soportar tan incesante y reglada rutina. El responsable de la visita se detuvo en una de las celdas abiertas y dijo las palabras que estaban esperando todos y cada uno de los integrantes del grupo:

-Este es el calabozo donde estuvo Nelson Mandela.

Los ojos de los turistas escudriñaron el pequeño y austero espacio sin distintivo que señalara a su famoso antiguo ocupante. Lentamente y en fila todo el grupo fue asomándose, mientras las palabras del guía desgranaban datos biográficos del político sudafricano:

-Mandela nació en 1918. El lugar fue Umtata, la capital de Transkei, actual provincia del Cabo. Era el hijo del líder de una tribu, pero renunció a la herencia tribal para estudiar derecho. Ingresó en el movimiento político del Congreso Nacional Africano en los años cuarenta convirtiéndose en uno de sus principales militantes. Luchó contra la opresión de los negros en Sudáfrica por parte del régimen, defendiendo ideales socialistas, nacionalistas y antirracistas. En 1948 llegó al poder en Sudáfrica el Partido Nacional, comenzando a institucionalizar la segregación racial creando el régimen del apartheid. Mandela y el Congreso Nacional organizaron campañas de desobediencia civil. En los años cincuenta fue detenido junto a otros miles de activistas. Estuvo tres años en prisión. Al salir en 1955 estableció el primer bufete de abogados negros de Sudáfrica. Ante el plan del gobierno de crear siete reservas formando territorios marginales independientes promovió boicoteos y manifestaciones. Fue de nuevo arrestado por alta traición y pasó meses sin juicio al producirse la matanza de Sharpeville donde la policía abrió fuego contra una manifestación. Fue absuelto en 1961. Entonces adoptó el sabotaje y los atentados como método de lucha atacando instalaciones o lugares emblemáticos sin que nunca planteara atentar contra personas. En 1962 viajó por diferentes países africanos intentando recaudar fondos y recibió instrucción militar. Volvió a ser detenido al retornar a Sudáfrica. Estuvo varios años en prisión y un nuevo juicio le condenó a cadena perpetua en 1964. Cumplió veintisiete años, dieciocho en Robben Island y nueve en otras prisiones, convirtiéndose en un símbolo de la falta de libertad de todos los negros sudafricanos.

-¿Cuál fue el motivo de su puesta en libertad?

El guía detuvo el discurso con cara de decirle al preguntón turista, ahora mismo venía esa parte, pero sonrió, falsamente, y tomando un poco de aire prosiguió acelerado:

-Un nombre propio: Frederik De Klerk. Él fue el presidente de la República Sudafricana, que decidió terminar con la segregación racial, aunque era miembro del Partido Nacional. En 1990 no sólo liberó a Mandela, como gesto para conseguir ese objetivo, sino que le convirtió en su principal interlocutor para la reconciliación. La consecuencia más reconocida fue que en 1993 tanto De Klerk como Mandela recibieron el Premio Nobel de la Paz. Al año siguiente, Mandela ganó las siguientes elecciones convirtiéndose en el primer presidente negro de la historia de Sudáfrica. Inició una política que pretendía unir al país y sembrar perdón en todos los frentes. El primer ejemplo lo tuvimos con el nombramiento del candidato derrotado, que no era otro que De Klerk, como vicepresidente del país. Mandela tenía 76 años e hizo gala de un sentido del humor, una tranquilidad y un planteamiento moderado, dignos de elogio. Intentó no ser el líder de los negros sino el líder de una nación en donde todos fueran iguales ante la ley y que el color de la piel no fuera sino un azar genético que no tuviera importancia social. Tuvo que afrontar tanto los desafíos del Partido Inkhata, de mayoría zulú y muy radical, que recurrió al terrorismo, como los del movimiento Resistencia Afrikaner, también de modos violentos pero defendiendo una patria para blancos. Nombró al arzobispo Desmond Tutu presidente de la Comisión para la Verdad y la Reconciliación que, durante tres años, escuchó el testimonio de víctimas y verdugos. En 1998 el resultado de su investigación fue hecho público, quedando patentes las atrocidades de la sociedad incluídas las acciones del grupo paramilitar dirigido por la propia ex esposa de Mandela.

Clark volvió unos pasos atrás y quedó mirando el interior de la celda intentando imaginar qué tipo de ser humano es el que, encerrado durante casi treinta años, sale pretendiendo perdón y reconciliación en lugar de venganza. Sin duda, aquel que posee el poder de mover mundos.


Capítulo 3. Johannesburgo

Al día siguiente, Clark y Sonia llegaban a Johannesburgo. Habían quedado en la entrada del hospital con la actual mujer de Mandela, Graça Machel, abogada de 67 años, mujer discreta y poco dada a salir en los medios de comunicación. La insistencia de la periodista italiana, unida a su don de gentes y a la fama que le acompañaba de respetar al máximo las figuras entrevistadas, había conseguido una entrevista pretendida por, prácticamente, todo el planeta periodístico. Las disputas entre hijos, nietos y otros familiares de Mandela por la futura herencia y el legado del político era algo en lo que Graça no quería que se tocara en la entrevista y sabía que Sonia no lo plantearía siquiera. En ese momento, Graça Machel salía de un, tan lujoso como largo, vehículo negro. Iba vestida, a la par elegante y discreta, con un abrigo largo oscuro y un sombrero que le cubría el pelo por completo. Estaba flanqueada por dos hombres fornidos que cumplían con todos los estereotipos de los guardaespaldas. Afable y sonriente se acercó a Sonia y tras un apretón de manos le preguntó:

-¿Sonia D’Amici? No me equivoco, ¿verdad?

-No lo hace. De verdad, que no sé cómo agradecerle esta entrevista, señora Machel.

-No hay nada que agradecer. Llámeme Graça.

-Este es mi amigo y colaborador Clark Kent.

Clark dio un paso al frente y adelantó su mano para estrechar la de la mujer de Mandela.

-Encantada.

-Igualmente- respondió nuestro héroe.

-Entremos en el hospital. Existe una salita en la entrada donde estaremos tranquilos. El hospital me la cede en ocasiones para hacer alguna declaración a la prensa y les avisé que la usaría hoy.

Ya sentados y en un ambiente íntimo, Sonia empezó a preguntar.

-La primera pregunta es obligada. ¿Cómo se encuentra Mandela?

-Madiba es un hombre fuerte, pero la edad le pasa factura. De todas formas su mejoría aumenta. Le darán el alta en un par de días.

-Madiba es el nombre…

-Es el nombre en xhosa por el que le conoce su tribu y su familia. Le decía que Madiba cumplió 95 años el 18 de julio pasado. Cualquier simple resfriado supone una complicación grave de salud. En los últimos tiempos las visitas al hospital son frecuentes, este último año ha sido ingresado cuatro veces.

-¿Cuáles son sus afecciones últimas?

-Cálculos en el riñón y una infección pulmonar. Ésta última, se lo decía, generada por una leve gripe. El principal problema de su salud es su avanzada edad.

-¿Cómo tomaría el país la muerte de Mandela?

-Madiba es el hombre más querido del país. La preocupación por su estado de salud es constante. Los periodistas se amontonan por contar cosas de su estado. Mire, por ejemplo, nunca revelamos la ubicación hospitalaria, pero los medios de comunicación tienen, llamémosles, topos, es decir, un enfermero, un auxiliar o un barrendero sobornados que informan a la prensa, radio y televisión en todos los hospitales y éstos les indican dónde se le hospitaliza. Hacen guardia a la entrada noche y día. El país sufrirá una conmoción y un duelo de semanas cuando le llegue la hora.

-¿Cómo lleva él esta situación?

-Madiba siempre lo afronta todo con una sonrisa. Es plenamente consciente de su estado de salud. Tiene la cabeza en su sitio. Sabe que ha cumplido en esta vida y que los días que le quedan son un regalo para él.

-Jacob Zuma, el actual presidente pide a Sudáfrica y al resto del mundo que rece por Mandela, manifiesta que es una figura capital en la historia de la humanidad.

-Por supuesto, cuando Madiba fallezca el mundo entero llorará su ausencia. No se trata de lo que consiguió, sino de lo que intentó. No pagó dolor con dolor, dio ejemplo de perdón y reconciliación. No se detuvo en el pasado. Todos tenían cosas de las que avergonzarse y Mandela les dijo: dejadlas atrás, no importa de dónde vengáis, importa a dónde vamos. Es difícil de entender esto para una sociedad con tantos abusos y crímenes a sus espaldas, pero lo predicó con el ejemplo. Yo he sufrido y perdono, decía. Es un ejemplo constante para la humanidad.

-¿Sería mucho pedir poder hablar con él?

-Lo sería. ¿Usted pretende ganar el Pulitzer?

-Perdone, no quería…

-Mire me cae bien, pero Madiba, aunque lúcido y consciente de lo que dice, no está en plenitud de condiciones físicas. No quiero reportajes fotográficos o escritos. Sin embargo, he leído artículos suyos y no entra en la demagogia ni en el amarillismo de otros, por ello le prometo que mañana, si la mejoría continuase, les dejaré saludarlo.


Capítulo 4.

-Lo siento, en estos momentos no tenemos ninguna vacante pero le llamaremos de producirse.

Era la frase que más había escuchado Burt Cummings en los últimos tiempos. No cesaba de buscar trabajo sin éxito. Incluso, sopesaba la idea de llamar a su hermano para decirle que aceptaba el empleo en la tienda de alimentación, pero el orgullo se lo impedía hacerlo. De cualquier forma, era plenamente sabedor que no podía continuar en la misma situación. Se agotaban los días de alquiler pagado y ya tenía dificultades para pagar la comida del día. De hecho, echó un vistazo a las monedas de sus bolsillos y los céntimos apenas sumaban un rand(4). Llevó la mano a la cartera y de ella extrajo un billete de veinte rand que, sumado a lo anterior, suponía el total del dinero que poseía.

-Me encantan las elecciones: o lo gasto en comida o en cerveza.

Se sentó en los escalones del portal del bloque donde vivía. Estuvo con la mirada perdida varios minutos hasta que, sin previo aviso, se sentó a su lado un chico de color de unos doce años. Se trataba de un vecino del mismo edificio. El joven le miró fijamente y preguntó:

-¿Es cierto que estuviste en la cárcel?

-¿Quién te ha dicho eso?

-Eso comentan mis padres. Mi padre dice que no me acerque a ti.

-Diles a tus padres que está muy feo cotillear sobre las vidas ajenas.

-Pero, ¿es cierto?

-Quizá…

-¿Por qué te metieron en la cárcel?

-Tal vez por asesinar a mocosos preguntones y desconocidos.

-Me llamo Sipho.

-Enhorabuena.

-No, en serio… ¿Por qué fuiste a prisión?

-No es de tu incumbencia.

-Es que…

-Mira chico… Haz caso a tu padre y no te acerques a mí. Pero, ¿sabes qué…? Te agradezco que acabes de solucionarme una duda. Voy a emborracharme, si es que me llega el dinero para ello.

Burt se levantó y anduvo cinco pasos hasta un local de copas situado enfrente, que con gran optimismo podríamos calificarlo de tugurio. Se sentó en la primera mesa que observó libre y pidió una cerveza recalcándole al camarero que la quería muy fría. La idea del suicidio empezó a navegar en su mente. En ese instante una pareja, dos tipos de traje gris, se aproximó a su mesa. Uno de ellos habló. Tenía un tono de voz muy grave, parecía que estuviera ronco y sus palabras sonaron cavernosas y oscuras:

-¿Señor Cummings?

-¿Señor… Vader?

-¿Cómo? No me llamo Vad… -el hombre se dio cuenta de la referencia a la popular saga cinematográfica galáctica, comparando su voz con la del famoso personaje, y su cara se avinagró aún más. Tragó saliva y no quiso iniciar la conversación con un enfrentamiento, así que continuó hablando con tranquilidad.

-¿Podemos hablar con usted un momento?

-¿Qué queréis?

-Solamente hablar. Somos amigos.

-Largaos. No tengo amigos. No me interesa nada de lo vengáis a decirme.

-¿Ni siquiera cómo ganar dinero?

La cara de Cummings se iluminó un segundo y su expresión se suavizó.

-¿Dinero? Bueno, no perderé nada escuchando. Siéntense señores.

-Mire, señor Cummings, dejémonos de rodeos. Sabemos quién es usted. Se ha pasado dos décadas en la cárcel y no tiene nada de lo que tuvo. Tampoco aspiración en el futuro de recuperarlo. Sin embargo, ¿qué diría si yo le pudiese convertir en millonario? Podría irse de Sudáfrica con dinero suficiente para no preocuparse más de ganarlo y empezar una nueva vida.

-¿Qué tengo que hacer? ¿Se trata de algo ilegal?

-¿Cree que le vamos a hacer millonario por repartir propaganda en los buzones?- habló socarrón el “señor Vader”.

-Vamos al grano.

-Hay que terminar con la vida de un traidor.

-¿Un asesinato?

-Digamos que un acto de justicia. Equilibrar la balanza.

-¿A quién hay que matar?

-A un famoso personaje…

-¿Quién…?

-Mandela.

-¡¿Nelson… Man…?!

-Shhh. No queremos fracasar antes de intentarlo.

-Pero… Mandela tiene noventa y tantos años. Está retirado de la política. Esperaos un tiempo y fallecerá de muerte natural.

-Ya, como usted y como yo.

-¿Qué vais a ganar con su muerte?

-El mundo debe saber que ha muerto asesinado. Queremos que pague la traición que cometió a este país. En Sudáfrica tenemos actualmente una ola de criminalidad incontrolable, unos 50.000 homicidios por año. Desde el fin del Apartheid hasta ahora habrán emigrado un millón de blancos hacia Europa y EE.UU. porque las leyes de Mandela provocan que los puestos de trabajo estén vedados para ellos. El actual presidente Jacob Zuma acusado de corrupción y violación, la masacre de agosto del 2012 en Lanmin, asesinatos por policías, treinta y cuatro mineros muertos… Incluso, joder, hasta pueden casarse los homosexuales… Este es el legado de Mandela. Creemos que ha sido el inicio de la decadencia de Sudáfrica. Los negros deberían estar separados de los blancos. Queremos que su caída sea un símbolo del inicio del final de esta edad oscura.

-¿De cuánto dinero estamos hablando?

-Tenemos un millón de dólares en una cuenta en Nueva York a nombre de un tal John Byrne. Casualmente aquí tengo un pasaporte, certificados de nacimiento y matrimonio. Usted será Byrne. Sólo debemos añadirle una foto suya. Una vez terminado el trabajo le entregaremos otros cien mil dólares en billetes pequeños y sin marcar, así como, un billete de avión para salir de Sudáfrica con una hora de salida aproximada de tres horas después de haber cumplido el trabajo.

-¿Cómo se supone que debo hacerlo?

-Será muy sencillo. Mandela está hospitalizado. Tenemos a una enfermera y un guardia de seguridad sobornados. Le introducirán en la habitación y usted deberá inyectar un producto en el suero gota a gota. No le llevará ni diez segundos en la habitación. Le hará efecto a las seis horas y usted ni siquiera estará ya en el país. No creo ni que le hagan la autopsia a un hombre de noventa y cinco años. Entonces reivindicaremos el asesinato.

-¿Por qué yo?

-Necesitamos a alguien que no tenga nada que perder. Podríamos haber escogido a otro paria. Supongo que el azar le sonríe.

-Ya. Es la historia de mi vida.

-Mire, señor Cummings, no tenemos todo el día. ¿Está con nosotros o…?

Cummings cerró los ojos tres segundos y le pareció que la casi totalidad de su vida se repetía en sus pensamientos: Mandela es nonagenario. Fallecerá en breve intervenga yo o no. Tendré dinero para vivir el resto de mis días. Además, estos tíos acaban de revelarme su plan, no cabe negativa. ¿Cómo se arriesgarían a dejarme vivir para que pudiera chivarme a la policía?

-¿Y bien, señor Cummings? ¿Cuál es su respuesta?

-De acuerdo, lo haré. ¿Cuándo se supone…?

-Mañana.

-¿Mañana…? ¿Tan pronto…?

-Por supuesto, ¿piensa que queremos esperar a que se muera solo?


Capítulo 5.

Clark y Sonia pasaron la jornada buscando testimonios de personas que habían conocido o compartido tiempo con Mandela. Hablaban presos que compartieron con él los últimos años…

-Yo soy veinte años más joven que él. Coincidí los últimos cinco que estuvo en prisión. Ya no recibía palizas, como en la época de Robben Island. Pero no lo pasamos nada bien, no señor, desde luego. Fueron momentos terribles. Él no había hecho nada y si lo había hecho no era capaz de acordarse después de veinte años. ¿Yo? Bueno, simplemente, había tenido un percance con un blanco. Me contrató y dijo que le robé. Quizá cogiera prestado algo de su enorme chalet, pero seguro con la intención de devolvérselo. ¿Me entiende?

… activistas políticos octogenarios…

-Le dieron terribles golpes, sufrió trabajos forzados durante años y al salir… pudo buscar venganza, pero no lo hizo. Perdonó a todos los que le dañaron. Incluso colaboró con alguno de los jueces que le habían juzgado y situó como guardia privada a los mismos policías blancos que tenía el anterior presidente. No tuvo la menor intención de seguir añadiendo odio a la hoguera. Quiso iniciar un nuevo camino sin rencores, un nuevo horizonte.

… historiadores…

-Económicamente consiguió mucha inversión extranjera, en gran parte estadounidense, tuvo un momento de crecimiento muy importante. Situó a Sudáfrica en los telediarios de todo el mundo sin que fuera debido al incumplimiento de los derechos humanos. ¿La evolución política y económica no fue todo lo halagüeña y productiva que se esperaba? Posiblemente no. Él sentó bases, no se le puede culpar de las políticas posteriores. Además, si la gente tuviera su corazón, su bondad, su capacidad de perdón y de renuncia a su propia tranquilidad, estaríamos mucho mejor. Es muy fácil achacar todos los males a figuras externas. ¿Qué responsabilidad tiene el pueblo? ¿A quién vota? ¿A quién sigue votando? ¿Realmente nos comprometemos para ser mejores? Es más fácil echar la culpa a los gobernantes que asumir parte de la responsabilidad del fracaso social y político.

… y estudiantes recién salidos de secundaria.

-¿Nelson Mandela? Sí, claro… era un viejo que ya se murió, ¿no?


Capítulo 6

De nuevo, Burt Cummings estaba sentado en la pequeña escalinata que daba acceso a su portal. Apuraba intensamente el último cigarrillo que le quedaba. En el interior del edificio se oía una discusión a gritos entre un matrimonio vecino. La voz del hombre sonaba algo desajustada, sin duda consecuencia de un exceso de alcohol. La madre voceaba con la misma intensidad. Se oyó un tremendo portazo y el chico de doce años, Sipho, con el que había hablado anteriormente, apareció en la puerta del portal y situándose junto a él.

-¿Qué ha pasado?, preguntó Cummings.

-Mi padre ha bebido otra vez. Mi madre me ha dicho que me fuera a la calle un rato. Siempre están así.

-Mi viejo también bebía.

-¿Qué hacías cuando llegaba borracho?

-Pasarlo mal.

-¿Vas a contarme por qué estuviste en la cárcel? ¿Asesinato?

-Cárcel, desde luego, 20 años, uno a uno, pero no maté a nadie.

-¿No mataste a nadie?

-¿Estás sordo? No me hagas repetir las cosas.

-Entonces, ¿por qué?

-Porque dije que lo hice.

-No entiendo.

-Ya, resulta difícil entenderlo.

-¿Pasaste veinte años encerrado por declararte culpable de un asesinato que no cometiste?

-Dicho así suena de lo más estúpido.

-¿Por qué?

-Intenté salvar a alguien a quien quería. Intenté hacer lo que creí correcto porque estaba cegado por amor.

-¿Quién fue el verdadero asesino?

-Mi pareja, Emma. Ella se enganchó al juego y dejó a deber una gran cantidad. Cuando enviaron un, llamémosle cobrador, a nuestra casa, mi mujer le disparó. Cuando llegué encontré un revólver humeante, un cadáver aún caliente y a mi esposa aterrorizada por haber disparado.

-¿Y entonces cargaste con la culpa?

-Claro, ella estaba embarazada. Me declaré culpable en su lugar. ¿Cómo me lo agradeció? Pues largándose con un adinerado tipejo, que pagaría sus deudas y se la llevó fuera del país.

-¿Por qué no dijiste la verdad?

-Cuando cambié de opinión había pasado casi diez años allí encerrado. Era tarde. Había sido condenado, el arma tenía mis huellas, fabricamos coartadas sólidas para mi mujer, se supone que estaba en casa de su hermana con cinco testigos. Nadie quiso reabrir un caso que se daba por cerrado y olvidado. Fui un imbécil, pero la quería. Condené mi vida por ella. En fin, que importa ya.

-A mí me importa. Las cosas siempre le importan a alguien.

-Hice lo que hice por amor, porque creí que era lo correcto. Siempre he intentado hacer lo correcto. Excepto ahora…

-¿Ahora? ¿Qué has hecho mal?

-Aún no, pero lo voy a hacer.

-¿El qué…?

-Matar a un anciano.

-¿A quién?

-Es una persona que ya ha vivido mucho.

-¿Quién es…?

-No te lo puedo decir.

-No debes…

-Ya me he comprometido. Me matarán si no lo hago. No hay vuelta atrás. Mira chico, no creo que nos volvamos a ver. Me caes bien. Recuerda esto. Preocúpate tan sólo de ti, esta vida es una jungla de fieras que busca devorarte. Sé más fuerte y listo que la mayoría, aprovéchate de ellos, písales si es necesario, lo que sea con tal de sobrevivir.

-Es justo lo que dice mi padre y yo no quiero ser como él.

-Si eres de otra manera te irá mal.

-Si soy así amargaré la vida a todos los que me rodeen.

-Bueno, mejor ellos que tú. Y se acabó la clase de filosofía, chico. Después nos veremos.


Capítulo 7

Esa noche la tormenta golpeaba con una brutalidad incesante. La lluvia bañaba las calles mientras relámpagos y truenos se sucedían como una orquestación de tambores y fuegos artificiales celestes, tan atronadores como deslumbrantes. Se habían producido varios apagones y situaciones de emergencia en la ciudad, que obligaba a policías, bomberos y sanitarios a estar en actividad constante. Parecía que el plan del asesinato de Mandela contaba con el beneplácito del azar. Embozado con una gorra y una chaqueta de cuero, Cummings intentaba resguardarse bajo el soportal que conformaba la entrada del hospital. Allí, se encontró con la enfermera que estaba sobornada para ayudarle a cometer el crimen. Cummings se quedó mirándola con detenimiento: rechonchona, cincuentona, con gesto agrio y un pelo corto teñido de rubio. Ella comentó:

-Llegas tarde. Quedamos hace cinco minutos. Los tiempos están muy medidos.

-Pues no pierdas tiempo echando broncas. Vamos.

Ambos entraron en el hospital. La enfermera le condujo a un cuarto de limpieza donde le hizo quitarse gorra y chaqueta. Le puso una bata de enfermero, un gorro para el pelo y una mascarilla. De tal forma que las cámaras del hospital no determinaran fácilmente su personalidad. Mientras se colocaba las prendas hospitalarias preguntó:

-¿Y tú por qué participas en esto?

La enfermera dudó un momento y pensó no responder, pero con gesto desagradable lo hizo:

-Dinero. ¿Es que tú tienes otra razón?

-Supongo que no.

-Mira, es mejor que no intimemos demasiado. Cumplamos y no volvamos a vernos en la vida.

"Antes intimaría con un cadáver de tres semanas" pensó Cummings sin pronunciar palabra alguna mientras asintió con la cabeza.

Salieron de la estancia y recorrieron un pasillo sin cámaras de vigilancia hasta un montacargas de uso exclusivo del personal.

-¿Habrá policía?

-Siempre existe un vigilante de seguridad en la puerta que no nos impedirá acceder a la habitación. Es mi pareja. Lo arregló todo para tener hoy el turno.

-¿Mandela estará solo?

-Su mujer no abandona el hospital, pero siempre baja a esta hora a cenar algo a la cafetería.

-No sé…, quizá…- en el rostro de Cummings amaneció una sombra de duda. La enfermera la percibió claramente.

-No nos jodas ahora. Mandela tiene 95 años, si no fallece por nuestra mano será el mes que viene en su casa o el año venidero por muerte natural. La salud, el tiempo se le agota. Esto no es realmente un asesinato. Ya ha cumplido con su tiempo. Además, me pagan lo mismo que a ti. Tenemos la oportunidad de escapar de esta vida de mierda y vivir el resto de nuestros días a lo grande.

-Ya.

-No tenemos vuelta atrás. Nos matarán si no cumplimos.

-De acuerdo, de acuerdo.

-Venga apresurémonos.

-Bien, pero tu rostro aparecerá en las cámaras de seguridad.

-Llevo veinticinco años en este hospital siempre estoy en las cámaras. Y hoy, casualmente, las del pasillo no funcionan debido a la tormenta.

-Casualmente...

-Te dije que mi pareja tenía hoy su turno. Nada quedará registrado.

-¿Qué ganan matándolo así? Parecerá muerte natural.

-¿Qué nos importa? Mejor para nosotros. Cuando reivindiquen el asesinato tú estarás muy lejos, con otra identidad.

-¿Y vosotros? ¿No será muy sospechoso que desaparezcáis de la noche a la mañana?

-Yo estaré en la sala de descanso con al menos diez testigos. Nadie sabe que el vigilante es mi amante. Él también tiene una doble identidad esperándole. Se irá y, cuando las cosas se tranquilicen, yo pediré la baja del hospital con la excusa de mudarme a mi lugar de nacimiento a cuidar a mi moribunda anciana madre y me reuniré con él.

Mientras la pareja se acercaba al exterior de la habitación de Mandela, el guardia de seguridad conchabado ya estaba ante el número que correspondía a la misma, presto al cambio de turno. Aunque sus nervios estaban a flor de piel, aparentó tranquilidad y saludó afable.

-Vaya nochecita tenemos. Diluvia. ¿Cómo ha ido todo?

-Hola Joe. Aburrido. No ha pasado nada. La mujer de Mandela sigue dentro.

-Ah, ¿es que hoy no bajará, como siempre, a cenar en la cafetería?-dijo Joe, intentando no demostrar tensión.

-Pues no lo sé, ¿qué más te da?- contestó con simpleza el vigilante que terminaba el turno, mientras se levantaba de la silla y estiraba su pantalón. La preocupación en Joe aumentaba.

-A mí lo mismo me da, que me da lo mismo. Es simple curiosidad. Y, ¿oye? ¿no se escuchan otras voces?

-Es que está acompañada por dos periodistas, creo que italianos.

Tras decir esto el compañero llevó la mano a la visera de la gorra apretándola como gesto de despedida. Joe alzó la mano correspondiéndole y se sentó en la silla vacía pensando sin cesar: ¿Qué cojones haremos si no salen de la habitación?

Entretanto, la enfermera y Cummings se detenían a escasos veinte metros. Ella sacó de un bolsillo una jeringuilla protegida por un cubre agujas y repleta de un líquido blanco. Se la pasó a Cummings que la introdujo en su bata médica. Con gesto agrio y una entonación en la voz como si le hablara a un imbécil redomado, la mujer dijo:

-Debes inyectar el contenido en el gota a gota de Mandela. Nada más. Hasta la persona más simple podría hacerlo. Una vez hecho, sales de la habitación y vuelves por donde hemos venido. Sin detenerte y sin quitarte mascarilla y bata. Cuando llegues a la puerta del hospital te vas y te olvidas para siempre de este asunto. Pronto te darán el billete y cuando el anciano fallezca estarás volando hacia una nueva vida. Yo haré desaparecer tu gorra y tu chaqueta.

-Me gustaba esa gorra.

-Si por alguna razón no se pudiera acceder a la habitación mi pareja te impedirá la entrada. Entonces abortamos todo y mañana se vuelve a intentar.

En el interior Mandela dormía. Su mujer se dirigía a Sonia y a Clark.

-Vayamos a comer algo. Me reservan una discreta mesa en la cafetería del hospital todas las noches. Después volveremos a ver si Madiba ha despertado.

-De acuerdo. Voy a pasar un momento al baño de la habitación- dijo Sonia.

Antes de entrar, Sonia dejó su móvil en una de las mesitas al lado de la cama del enfermo. Al salir del servicio no recordó cogerlo. Abrieron la puerta y el trío accedió al pasillo donde observaron a Joe. El guardia respiró aliviado al ver que los tres se iban a la vez. Saludó amable, sobre todo a Graça, y les siguió con la mirada hasta que el pasillo quedó desierto. Entonces, como si estuviera coreografiado, apareció Cummings. Joe unió pulgar e índice conformando un círculo, haciéndole el gesto de "Ok". Cummings pensó que nadie hacía ya ese gesto en los tiempos actuales. Joe susurró:

-Apresúrate.

Cummings entró y cerró la puerta. Sacó la jeringuilla y le quitó el protector de la aguja. Se acercó al aparato de goteo y situó la punta a un milímetro de su plástico. Entonces, se detuvo. Miró un reloj que había en la pared, encima de la cabecera de la cama, y sintió cada paso del segundero como un martillazo que componía una melodía ensordecedora.

-¿Qué estoy haciendo?- se dijo paralizado sin dejar de apartar la vista del reloj.

Pasó un minuto. En el exterior Joe se impacientaba. Había tenido tiempo de sobra. Su mente intranquila no se detenía: ¿A qué mierda está esperando? ¿Se habrá despertado el viejo? Joder. ¿Entro? De repente, el corazón le dio un vuelco al percibir como crecía, desde el final del pasillo, una conversación que se iba acercando. Enseguida adivino que se trataba de los dos periodistas que acompañaban a Graça. Sonia hablaba con humor haciendo referencia a la cojera de Clark:

-Si hubiera ido yo sola a por el móvil ya habría regresado. No sé por qué te has empeñado en acompañarme. Tardaremos un siglo.

-Cuanto más ejercicio mejor. Debo poco a poco recuperar movilidad.

En el interior Cummings contemplaba la jeringuilla sosteniéndola en su mano. Seguía sin actuar. Fuera, Sonia y Clark estaban a punto de entrar en la habitación. Joe sudaba sin que se le ocurriera una excusa para impedirles el paso. Tampoco tenía ya manera de avisar a Cummings. Puto presidiario, pensó. ¿Qué cojones estará haciendo? El único plan que amaneció en su limitada mente suponía un absoluto no retorno. Saludó asintiendo con la cabeza a la pareja. Empezó a levantarse cuando empujaban la puerta para acceder a la habitación. Cummings se sobresaltó al percatarse de la presencia de los dos y se giró con velocidad. Clark y Sonia se sorprendieron al verle porque no esperaban que hubiera nadie dentro, pero no se alarmaron al contemplarle vestido de enfermero. Sin embargo, todo cambió en segundos. Clark advirtió que la persona que tenían delante dudaba sin saber qué hacer o qué decir. No hubo tiempo de más. Joe entró violentamente en la habitación golpeando en una décima de segundo a Clark en la nuca. El héroe cayó al suelo mareado por el impacto. Acto seguido, se abalanzó hacia Sonia tapando su boca con la mano e impidiendo que gritara. Sosteniéndola con fuerza, miró a Cummings y le dijo con firmeza:

-Vamos, joder, acaba ya. ¿Qué mierda esperas?

Cummings levantó centímetros la jeringuilla. Clark alzó la vista y desde el suelo vio nítidamente que la acercaba a inyectarla al suero. Intentó levantarse sin conseguirlo. La cabeza le ardía y las secuelas de sus heridas le provocaban una tormentosa agonía. Necesitaba algún minuto para recuperarse. Apenas podía hablar y mucho menos gritar. Sólo consiguió susurrar:

-No lo hagas…

-Calla.

Joe le propinó una patada en el estómago. Sonia aprovechó el movimiento para liberarse y correr veloz hacia la puerta gritando, pero Joe fue feroz y le asestó un terrible puñetazo que la tumbó dejándola casi sin conocimiento. Joe volvió a mirar a Cummings.

-Hijo de perra. Clava ya la puta aguja. No le queda vida apenas. ¿Qué más da que muera ahora o unos días más tarde?

Cummings estaba congelado. Toda su vida había intentado hacer lo que consideraba correcto. Incluso soportó veinte años de cárcel por ese motivo. De repente, su voluntad concretó una determinación:

-No somos nosotros los jueces de tomar esa decisión.

El guarda de seguridad no daba crédito. Se acababa el tiempo y aquel imbécil no era capaz de hacerlo.

-Cabrón. Van a matarnos. No hay marcha atrás. Si tú no tienes valor, lo haré yo.

Se abalanzó sobre Cummings, pero éste tiró la jeringuilla al suelo y la pisó rompiéndola. Joe se volvió loco y enarboló su pistola. Con un esfuerzo sobrehumano Clark había conseguido ponerse de rodillas. Agarró con ímpetu su bastón y, reuniendo todas las fuerzas de las que fue capaz, asestó un golpe a la mano desviando el disparo de Joe que impactó en la pared. Cummings reaccionó con celeridad, le arrebató el bastón a Clark y lo utilizó para propinar un durísimo golpe en la cabeza del guardia de seguridad que cayó ensangrentado al suelo. Allí, volvió a propinarle un nuevo bastonazo que le dejó aún más dolorido y sin posibilidad de reacción. Tan solo pudo murmurar:

-Estás muerto, malnacido. Nos has condenado a todos.

Clark miró al arrepentido. La mascarilla había caído y pudo observar su rostro.

-¿Quién es usted?

-Un don nadie que ha intentado hacer lo correcto.

-No se vaya. Contaré a la policía lo que ha pasado.

-No puedo quedarme. Escuche, recuerde al menos usted que hice lo correcto.

Cummings salió apresurado como si el diablo fuera tras sus pasos. Aún no era consciente, pero así era. En ese instante Mandela se despertaba. Miró a su alrededor con cierto asombro y vio a Clark de rodillas, a Sonia tumbada en el suelo y a un ensangrentado Joe:

-¿Qué escándalo es este? ¿Son ustedes miembros del hospital o están haciendo alguna representación teatral aquí en medio de mi habitación?

-Más bien lo segundo- dijo Clark mientras se agarraba del armazón de la cama intentando levantarse.

Con gran esfuerzo pudo ponerse de pie y mirar a los ojos a Mandela. El político sudafricano no le recordaba, hacía muchos años de su primer encuentro. Clark sonrió al ver que Sonia también se alzaba del suelo. Se acercó a la cama y tendió la mano que Mandela estrechó con sorprendente firmeza:

-Me llamo Clark Kent.

-Clark… Kent…, te recuerdo. Hace tantos años… El hombre prodigio.

-¿Se acuerda usted de mí?

-¿Cómo olvidarte? No todos los días se contemplan milagros. Algo después te pusiste aquella capa roja y entregaste al mundo tu fuerza.

-Usted fue una inspiración.

-¿Yo? Sólo hice lo que pude. Tú tenías el poder de mover mundos.

-Es curioso lo mismo he pensado últimamente de usted.

-Todos, en el fondo, lo tenemos. Sólo hace falta proponérselo.


Capítulo 8

-¿Burt?

-Vete chico.

-Las noticias…

-He dicho que te largues.

-Acaban de decir que ha habido un intento de asesinato de Mandela.

-Si no te vas, te arrepentirás toda la vida. Estarán a punto de llegar.

-Huye…

-¿Dónde? No tengo donde ir.

-La policía…

-¿Qué les digo? ¿Qué acepté matar a Mandela y me arrepentí? No quiero estar en la cárcel ni un maldito día más.

-Si te quedas van a matarte.

-Escucha. Algún día, a lo mejor alguien debe saberlo…

-¿Quién…?

-Alguien... si algún día le importa a alguien… dile que salvé a Mandela y que hice lo correcto.

-Pero…

-Y ahora, ¡¡¡lárgate de una vez!!!

Los pasos de Sipho se perdieron por el pasillo, entremezclándose con los de dos hombres que acababan de bajarse de un vehículo. La puerta estaba entreabierta y con mucho tiento la abrieron contemplando a Cummings sentado en una silla. Al verles, dijo:

-Ya me estaba hartando de esperar.

-Todos intentan huir.

-Yo no soy como todo el mundo, señor Vader.

-¿Puedo preguntarle por qué se arrepintió?

-Lo correcto, quise hacer lo correcto.

-¿Mereció la pena?- habló “Vader” alzando el arma y apuntándole a la cabeza.

-¿Acaso importa?

Sólo pudo oírse el silbido del silenciador, seguido del golpe de su cuerpo contra el suelo de la estancia.


Epílogo. Treinta años después.

La tarde se apagaba mientras nacía una suave llovizna. El cementerio hubiese estado desierto si no fuera por las dos personas que recorrían los pasillos que conformaban sus tumbas. El que guiaba era un hombre de color, fornido y alto, de cuarenta y dos años. Le seguía una mujer delgada y estilizada de cincuenta que aparentaba bastantes menos. Tras unos diez minutos de marcha llegaron hasta una lápida discreta en la que podía leerse grabado el nombre de Burt Cummings.

-¿Es ésta, Sipho?

-Esta es. Esta es la tumba de su padre.

-Tantos años buscándole. Mi madre me ocultó su existencia. Veo que ni siquiera pusieron en la inscripción las fechas de su nacimiento y muerte.

-Creo que acabó pagándola su hermano y supongo que ahorraría en lo posible.

-Ya. Tú le conociste, ¿verdad?

-Yo era un crío, hablaría un par de veces con él, pero nunca le olvidaré.

-¿Cómo era?

-Alguien que siempre intentó hacer lo correcto. Así era.

-Pagó por ello, cárcel, dolor, muerte. No le importó a nadie.

-Falso. A mí me importó. Cambió mi forma de ver la vida. A usted también. Si no fuera así no habría venido a descubrir la verdad.

-Quizá tengas razón. Mi madre se benefició de su actuación. Evitó el asesinato de Mandela, aunque murió meses después. Hizo lo que pensó que era justo en todo momento asumiendo consecuencias terribles.

-A veces necesitamos personas que sean capaces de obrar conforme a lo que consideren su verdad.

-Aunque se equivoquen.

-¿Lo hizo? Aquí estamos dos beneficiados de sus acciones, Además, consiguió que Madiba muriera en su momento y no asesinado. ¿Es importante? Yo creo que sí. A mí me importa.

-¿Sabes Sipho? A mí también.


Amor cotidiano (ordinario)
El mar quiere besar la costa de oro,
la luz del sol calienta tu piel.
Toda la belleza que perdimos
quiere encontrarnos de nuevo.

Ya no puedo luchar contra ti,
tú eres la razón de mi combate.
El mar nos arroja rocas,
pero el tiempo las convierte en piedras pulidas.

Caeremos lejos
si no somos capaces de sentir amor cotidiano
y no podremos llegar a la grandeza
si no somos capaces de tratar a los otros con amor cotidiano.

Loa pájaros vuelan en lo alto del cielo de verano
y descansan en la brisa.
El mismo viento te cuidará y me cuidará,
construiremos nuestra casa en los árboles.

Tu corazón está en mi manga
lo grabaste con un rotulador mágico.
Creo que por más años que pasen
el mundo no podrá borrarlo.

Caeremos lejos
si no somos capaces de sentir amor cotidiano
y no podremos llegar a la grandeza
si no somos capaces de tratar a los otros con amor cotidiano.

¿Somos lo suficientemente fuertes
para el amor ordinario?

Traducción de la canción de U2 dedicada a Nelson Mandela
(Créditos Bono, U2, Brian Burton)




Nelson Mandela falleció el mismo día de acabar esta historia,
el 5 de diciembre de 2013.
Sirva como pequeño homenaje
a un ejemplo de absoluta humanidad.

De diciembre 2012 a diciembre de 2013
José Luis Miranda Martínez
jlmirandamartinez@hotmail.com
Para consultar otros trabajos de Jose luis en AT53, sigue el siguiente enlace


Referencias:
1.- Ver episodio anterior.
2.- Ver episodios anteriores.
3.- Algún día contaremos esa historia.
4.- El rand es la moneda de curso legal en Sudáfrica. Recibe su denominación de los Witwatersrand o Cerros de Aguas Blancas en afrikáans. Aproximadamente un euro equivale a unos catorce randers (conversión al 14 de octubre de 2013).

2 comentarios :

  1. Leer un relato de Jose Luis Miranda para nuestra serie Superman siempre termina siendo como un “soplo de aire fresco”, con historias más reflexivas, más mundanas y cercanas que las típicas del género pero siempre entretenidas que te hacen pensar. Son un excelente contrapunto a las historias que, por ejemplo, puedes leer habitualmente en los comics, dónde los personajes casi siempre están ocupados en batallas por el destino del universo o enzarzados en sus propias y “endogámicas” problemáticas y donde nuestra realidad se refleja poco o nada. En su momento, y coincidiendo con su fallecimiento, tuve la ocasión de ver la película INVICTUS de Clint Eastwood y tengo que reconocer que aprendí más de su figura con este relato que con el film. Realmente era un tipo de otra pasta (aunque seguro que tendrá sus propias “oscuridades” y aristas). Especialmente brillante me ha resultado el fragmento dónde el autor retrata su figura a través de sus coetáneos… y contraposición con los jóvenes de hoy en día (no se porqué me da que, tristemente, esa respuesta sería muy habitual).

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  2. Un número que mantiene bien el nivel medio mostrado por esta saga en los últimos episodios, aunque supone un pequeño "bajón" después del excelente número anterior (mucho más visceral en todos los sentidos). La historia se plantea de forma más reposada, siguiendo el mismo esquema argumental de otros capítulos de "Errante", y a pesar de que se lee bien y todo está bien contado, me ha dejado un poco más frío.

    Clark Kent vuelve a compartir protagonismo con otros personajes más comunes, pero en mi opinión, el ex-presidiario de este número sobre el que recae buena parte del peso de la historia, no resulta tan interesante como otros personajes de episodios anteriores (sin ir más lejos, y por similitud, como el enfermo terminal y siempre malhumorado de la historia en Roma del número 25). Con esto no quiero decir que esté mal caracterizado, o que su historia no me haya enganchado, pero sí que por comparación, me ha parecido menos atrayente.

    En cualquier caso, otro trabajo de Jose Luis Miranda a tener en cuenta, enmarcado en una de las sagas más originales e impactantes de Tierra-53.

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