Green Lantern nº 28

Titulo: El Juicio de Hal Jordan (VI): El final de una época
Autor: Gabriel Romero
Portada: Ruben Dávila
Publicado en: Junio 2011

Es la batalla definitiva, y el mañana de todos los planos dimensionales se decide hoy. Oa frente a Qward. Green Lanterns frente a los Armeros del Universo de Antimateria. Zafiro Estelar frente al Espectro. Hal Jordan frente a las víctimas de la Crisis en Tierras Infinitas.
Y la serie de Green Lantern nunca volverá a ser la misma.
Nacido sin miedo y honrado a carta cabal. Dos requisitos indispensables para convertirse en el mayor defensor
de la verdad y la justicia por todo el Universo. Para vestir los colores y el anillo de poder de…

Hal Jordan creado por John Broome y Gil Kane

Resumen de lo publicado: Qward, el Dios del Mal al que en la Tierra se conoce como el Anti–Monitor, ha recuperado sustancia física en el Centro del Universo de Antimateria, y libera una terrible nube negra que se dirige hacia Oa, el planeta que personifica el Bien. Hal Jordan ha sacrificado su anillo de poder para detenerla, pero sin éxito, y ahora se encuentra atrapado en un espacio sin universo llamado el Limbo Negro donde habitan las almas de las víctimas del Anti–Monitor: el Sindicato del Crimen de Tierra–3, Lord Volt y la Princesa Fern de Tierra–6, Psyco Kid de la Legión de Súper–Héroes, la Supergirl pre–Crisis… ¡y Barry Allen, el segundo Flash! ¡Y ahora todos sirven a Qward y desean matar a Hal Jordan!
¡El último capítulo de la Guerra de la Luz y la Oscuridad está servido! 
 Hay lugares horrendos en el Universo. Algunos son dulces y maravillosos de visitar, como Starhaven o Naltor… En otros se han vivido épocas duras, pero se ha luchado durante años para mejorar las condiciones de vida de todos, como en la Galaxia de Vega, o en Mundogema… Y luego hay infiernos diminutos que no aparecen en ninguna guía turística, más que nada porque los que fueran a escribir los artículos acabarían en una olla y su piel utilizada como trofeo de caza. Así es Khundia, e Ysmault, y el hogar del Enjambre Araña, y algunos más que ya no recuerdo. Monstruosidades que compiten por ser más horrendas que cualquiera, expertos en torturas atroces que no caben en ninguna mente humana. El Mal, cuyas embajadas se extienden por demasiados planetas.
Yo he estado en todos ellos, y por desgracia eso ha hecho que mi alma termine por endurecerse absolutamente. No creo en el Bien, ni en el Mal, sino tan solo en las crueldades que puedan ocurrírseles a los humanos cada día, y os juro que son unas cuantas. Mi trabajo es otro, y no tengo más remedio que ignorar tanto al Bien como al Mal en mi continua persecución de los Saberes Oscuros.
Pero sin duda hay un lugar distinto, porque proviene de la misma sangre derramada de los Primeros Dioses, y en él se resume toda la mezquindad que hay en el interior del corazón humano, porque mucho me temo que se inventó allí. Apokolips. El hogar de los dioses sacrílegos que habitan más allá de la conciencia humana, más allá de sus actos y sus decisiones, por correctas o despreciables que éstas sean. Más allá del Universo Conocido, y del Desconocido también. Un planeta distinto a todos, negro, poderosamente negro, rebosando negrura a través de sus pozos de fuego y su aura temible que hace que el alma se estremezca desde muchos años–luz de distancia. Sólo con verlo cualquier ser vivo siente el más profundo terror que puede haber, y sólo con poner un pie en su suelo podrido y nauseabundo te embarga una emoción de frío absoluto que viene de cada átomo del aire, de cada partícula de sus edificios derrumbados y sus calles plagadas de muertos vivientes. Los Perros. La escoria de los más horrendos dioses del Cosmos, seres que habitan sólo porque a su amo le gusta jugar, y porque a nadie le importa mucho ese sufrimiento. Ha habido revueltas a lo largo de los siglos, e intentos de algunos héroes intergalácticos por dar libertad a estos esclavos del Infierno, pero ellos mismos nunca han querido rebelarse, porque saben que su corazón es propiedad de Darkseid, y que sólo él decide si viven o mueren. Que sólo con que chasqueara los dedos, el aire dejaría de entrar en sus pulmones, y una mueca breve de su dueño bastaría para que les tragara la Fuerza Omega. De modo que las torturas y carencias de Armagetto son un precio que están dispuestos a pagar, con tal de poder seguir notando los latidos en su pecho.
¿Qué es el Bien, qué es el Mal, cuando las manipulaciones están permitidas, y los héroes están prohibidos en Armagetto? Esto es lo que nadie entiende, y que yo he convertido en mi día a día.
Que bajo la atenta mirada de Darkseid, no hay más valores morales que los que él decida.
Y que cuando la Presencia llegó a su Palacio Imperial, el Señor Oscuro hacía tiempo que ya lo sabía.
–Bienvenido a Apokolips, Víctor von Muerte. Ha sido un largo viaje el tuyo.
La energía cósmica se arremolinó en formas invisibles para el ojo humano, y una voz de ultratumba se dirigió a un Dios.
–Me alegro de encontrarte por fin, Gran Darkseid. He tenido que sacrificar mi cuerpo y atravesar unos cuantos universos, pero estoy ante tus ojos, en una forma u otra.
–Utilizaste la batalla con mi hijo para transformarte en energía y ligarte a su cuerpo, para que sin saberlo te trajese hasta mí. Eres sin duda el más capaz de los humanos que he conocido.
–Bueno… se me considera el hombre más inteligente del mundo, no sin razón. Y he venido hasta el hogar de los dioses para proponerte un acuerdo, Gran Darkseid. Una alianza del Mal.
–¿Y por qué debería hacerte caso? Puede que me hayas impresionado, pero eso no significa que tenga que colaborar contigo.
–En mi hogar he conocido la clase de amenaza que se cierne sobre todos los Universos, un ser impío que vive en la Oscuridad, y que hará cualquier cosa por arrasarnos. No se puede negociar con él, ni vencerle, ni ganar tiempo antes de que nos consuma.
–¿Entonces? ¿Qué es lo que propones, humano?
–¿No es sencillo, Gran Darkseid? Mi plan, simple y llanamente, es unir fuerzas para alimentarnos de él. Nos haremos con sus dominios, y gobernaremos cuando haya desaparecido.
Dakseid sonrió, y en un segundo se había forjado la alianza que decantaría la Guerra.
Brilla como una hermosa esmeralda en mitad del Universo Conocido, y su luz es la última esperanza que le queda al Bien. Este mundo vuelve a ser el más precioso que haya existido nunca, y su mera contemplación devuelve la fe en la Justicia. Antes, sus capiteles refulgían desde años–luz de distancia, sus calles estaban pavimentadas de oro, y en cada pequeño rincón y cada esquina se respiraba la magnificencia de los honorables dioses que lo fundaron. Ahora vuelve a estar vivo, y eso cuenta.
Oa. El Centro de toda la Creación. El hogar de los venerados Guardianes del Universo, cuyo poder nace de lo bueno y justo que hay en el corazón de los hombres, y que ningún espíritu maligno podrá borrar jamás. En la gigantesca plaza de su Ciudadela se reunieron en tiempos los tres mil seiscientos soldados que vistieron sus colores con orgullo, y lucía inmensa la Batería Central de la que tomábamos poder, como un ejército fiel que nunca dijo que no a la batalla. Y ahora todo eso es olvido, pero su recuerdo aún vive en cada uno de nosotros.
Ganthet y Alia sobrevuelan un mundo virgen lleno de potencialidades, donde sólo hay arena verde y sueños, y un futuro glorioso por construir. Sus ojos contemplan el vacío y ven lo que puede dar de sí el Cosmos entero, sus manos transforman la Energía Cósmica como si fueran escultores de las mismas galaxias, su poder es el más inmenso al que pueden llegar los mortales. Y frente a ellos arde un fuego de un verde intensísimo que flota sin contacto con el suelo alimentado por la fe de los sentimientos más nobles. Es el Corazón de las Estrellas, el centro del poder sin límites del Dios Oa.
Tú eres nuestro Señor –dice Ganthet, bajando la cabeza respetuoso–, y ahora igual que siempre te juramos lealtad.
Todos somos diferentes –añade Alia –, pero aun así unidos en tu gloria. A mis ojos tu llama es de color violeta, y tu presencia es la de la Diosa del Amor llamada Zamaron, la que se apareció ante nosotras en el otro lado del Universo y nos guió por la senda del Bien y el Compromiso. Todos somos iguales. Guíanos de nuevo, Oa, y te obedeceremos.
Y ellos dos son los únicos capaces de escuchar la Voz Blanca de la Justicia, que late en su cabeza como un regalo de la Fuente.
Ganthet de Oa, Alia de Zamaron, en vuestras manos dejo la oportunidad de recuperar el Universo. Una época nueva se cierne ante todos. Es la última batalla de la Guerra de la Luz y la Oscuridad… y vosotros sois dignos de recibir el nombre de Oanos. Proclamadlo. Ésa es vuestra tarea.
Asienten, y retoman el juramento que una vez fue suyo. Con las manos entrelazadas miran fijamente a lo más profundo de la eterna llamarada, y saben que su vida acaba de empezar.

Por el Poder de Oa,
por la Gloria de Zamaron,
por el Alma de Luz que habita en todos los Hombres,permítenos, oh, Destino,
llevar la Justicia y el Bien a los rincones más oscuros del Universo.
Que los siervos de Qward entiendan
que desde hoy existe una nueva fuerza reinante en Oa:
Los Guardianes.

Y a una sola orden mental suya, las energías verde y violeta se arremolinan sobre un mundo que vuelve a ser el Centro de todas las Galaxias, y en el que ya nada volverá a ser igual. No habrá edificios, ni torres, ni se pintarán las ciudades de color amarillo, porque nunca tendrán que volver a temer nada de los suyos, ni esconderse en los templos de los mismos humanos en los que supuestamente confiaban. No habrá calles, ni salas, ni reuniones de ninguna clase que se limiten al aspecto físico de las personas.
Se miran, y en su mente que ahora sólo es una dibujan ciudadelas hechas de emociones primarias, nubes de protomateria guiadas por corazones sinceros, sentimientos capaces de levantar rascacielos sólo con pensarlo. Sus Green Lanterns no se encontrarán jamás en una plaza, sino en un estado de ánimo jubiloso, en la felicidad y la paz interior que es propia de ellos. Y las construcciones deben adaptarse a sus almas, y no al revés, deben responder a su esperanza y su compasión, a la necesidad de servir a otros en vez de pedir servicio de nadie. A la generosidad y el amor desinteresado, que serán las nuevas metas de los Guardianes del Universo.
Esto, y nada más que esto, será la nueva Oa, el hogar del Bien y la Justicia Absolutas.
Alia mira a Ganthet, y sabe que lo que están haciendo es bueno.
Te amo, Guardián, ahora y siempre.
Te amo, Guardiana, ahora y para siempre.
Y la batalla alcanza su clímax.
Me rodean, gruñen en la oscuridad de este vacío sin alma. Sus ojos están poseídos por una maldad atroz que desmiente sus cuerpos de héroes y heroínas famosas. Muchos hombres buenos quedaron atrapados en el Limbo Negro que pertenece a Qward, y ahora los está empleando en mi contra. Supergirl, Lord Volt y la Princesa Fern, el Sindicato del Crimen de Tierra–3... y mi mejor amigo durante muchos años, el policía científico Barry Allen, más conocido como Flash.
Son espectros, espíritus errantes que quedaron atrapados en la estela negra de este maldito demonio, y que ahora se han convertido en soldados de esta guerra de muerte impía. No puedo luchar contra ellos, y lo saben. No puedo pegarle a Barry, ni a esa Supergirl adulta de origen kryptoniano, ni al resto de héroes de universos remotos... y menos sin un anillo de poder. Por eso sonríen al verme, porque sólo están esperando la orden de su amo para destrozar mis huesos y vestirse con mi piel y mis ropas. Estoy perdido. Y lo están disfrutando.
Rezad las sucias plegarias que sepáis, Oanos, porque hoy vais a reuniros con vuestro dios. Y no será grato.
La Voz rompe una vez más el Espacio Positivo, llevando sus amenazas de caos y dolor a lo más profundo del planeta Oa: al nuevo Centro del Universo. Ganthet y Alia contemplan impasibles la colosal nube de antimateria que se está derramando sobre ellos, y flotan en el aire envueltos en las largas túnicas rojas de los Guardianes. Se comunican sólo con pensamientos, y al proyectarlos la Ciudadela se transforma en respuesta, desde un salón circular de kilómetros de diámetro a un vehículo ahusado hecho de polvo rojizo. No hay auténtica materia en Oa, ya no, sólo ideas que manipulan los hechos, el corazón de los dioses proyectado sobre la misma energía del Universo. Ganthet y Alia son sus nuevos custodios, y entre sus dedos viven las almas de cientos de hermanos caídos. Lucharán, aunque saben que no tienen ninguna oportunidad contra esto.
La nube esparce su mal por el Cosmos, aniquilando toda materia con un solo contacto. Partículas contrarias chocan y se desintegran, dejando a su paso un reguero absolutamente vacío, donde nunca jamás volverá a existir nada. La batalla alcanza su último día.
–¡No podrás acabar con nosotros! –grita Ganthet, con un valor que parece más bien desesperado–. Puedes amenazar nuestras vidas, pero no lo que representamos.
–¿Crees que ya me importa lo que representas, enano? ¡Ahora sólo quiero que muráis!
Y su fuego negro penetra en la atmósfera de Oa, quemándola como si fuera gasolina y destrozando su ecosistema. Los suelos hierven, las arenas rojizas se agitan como olas de un mar encrespado, deshaciendo los sueños y las ideas de los Guardianes.
Pero ellos no lo temen, porque sienten que algo se acerca desde el otro lado de la Creación. Su as en la manga, al que esperan desde hace siglos.
Y tras la imagen de los Protectores de Oa el cielo parece romperse en miles de trozos dispersos, en un mar de cristales de arcoiris que se esparcen sobre la arena. El infinito se abre para permitir el viaje de sus amos, y de él emerge un navío poderosamente silencioso, y tan temido como no ha habido otro en la Historia. Un trineo cósmico. Y su dueño fragmenta por sí mismo el impenetrable muro de oscuridad que se yergue, inquebrantable, sobre los indefensos Oanos y sus tropas. Es un coloso espacial, un dios en el sentido más amplio de la palabra, y su voz es tan temible como la del propio Qward que grita desde su Universo.
–¡Ya es suficiente, demonio! ¡Tu amenaza acaba aquí y ahora, porque no es a indefensos mortales a los que te enfrentas, sino a Orión, Señor de la Guerra, Señor de Apokolips! ¡Y tras él acude a la llamada toda la élite de los dioses de Nuevo Génesis! ¡Estás perdido, y lo sabes!
El Boom Tubo se abre sobre los cielos de Oa como una madre amorosa que pare cientos de hijos, y de su seno aparece una legión de seres nobles e increíblemente poderosos, cuyo simple vuelo sobre el batallón de Green Lanterns resulta engrandecedor. Allí está Lightray, Comandante de los Dioses Niños, y por detrás Big Barda y Mister Miracle, a su derecha los Forever People, y en el centro de la comitiva el mítico Takión, alma de Nuevo Génesis y auténtico representante del Bien. Ellos son los salvadores, la mano del destino. Su luz es de un blanco intensísimo, sus miradas de una confianza abrumadora. Van a vencer, y es sólo cuestión de tiempo.
Extienden sus manos, y de las puntas de los dedos brotan haces de pura energía divina, que se entrecruzan a modo de red. La antimateria crece y se expande, pero al chocar con la red de un blanco luminoso se detiene, crepita, y finalmente retrocede. Las fuerzas por primera vez están igualadas. Qward grita furioso, pero sabe que hay poco que pueda hacer contra ellos.
Pero no sólo dioses viajaban en el Boom Tubo, pues detrás emerge una nave, azul y blanca de colores refulgentes, con un número 4 en su lomo. Es el Pogoplano, el vehículo interdimensional de los Cuatro Fantásticos, los héroes del Universo Eternidad. Y de él brota una altísima columna de fuego que es la Antorcha Humana, y un fornido coloso con anillo esmeralda, que por fin funciona de nuevo. Ruge, y su alegría de estar en casa se transmite por cada esquina del Universo Kismet. Es Kilowog, el último superviviente del desaparecido planeta Bolovak Vix, y considerado el Patriarca de todos los Green Lantern del Cosmos, y ha hecho un viaje demasiado largo para estar en este lugar en este preciso momento. Y vuelve a sentir el Poder de Oa latiendo en su mano.
–¡Vamos, Corps, démosle una lección a este asesino de galaxias! ¡Demostrémosle que los mortales no se rinden nunca!
Y por primera vez en esta batalla parece que realmente las tornas van a cambiarse.

Ha recibido infinitos nombres a lo largo de la Historia, y ninguno le hace justicia. La Barrera del Más Allá, la Otra Vida, el Juicio Final... Los dioses lo llamamos El Muro de la Fuente, el único lugar donde realmente un alma se somete a la decisión de Poderes Superiores, y afronta su destino. Muchos han intentado cruzarlo por su propia ambición, y hacerse dueños de algo que no les corresponde... y sistemáticamente han sido rechazados. El Muro está formado por los cuerpos inmóviles de infinitos seres antiquísimos que pretendieron robar los secretos de la Fuente, sin comprender que tan solo aquéllos que le pertenecen ya por completo pueden cruzar sus barreras. Y por eso se han convertido en sus guardianes, como un funesto aviso de que lo que sucederá a quien busque lo que no es suyo ni ha de ser.
Se dice que Takión atravesó una vez estas puertas, ya que él es uno con la Fuente, y que la Cosa del Pantano descendió a los Infiernos en busca de su amada, porque los Elementales forman parte del mismo tejido de la realidad, y pueden viajar a través de ella según les parezca.
Zafiro Estelar se aproximó al Muro sin demasiada confianza, sabiendo que muchos otros habían fracasado en este mismo empeño. Confiaba en el poder de la Zamaron, pero temía lo que pudiera encontrarse allí. Sin embargo, tan pronto como voló junto a los temidos Gigantes Prometeicos que conforman el Muro, éstos se apartaron para que avanzase, y de la grieta nació un chorro potentísimo de Luz Blanca que no podía pertenecer más que a Dios. El Universo se partió en fragmentos y mostró su verdadera cara, la del Origen de todas las Ideas y la Realidad completa. La Fuente. El Nacimiento de la Vida y el Cosmos, donde se originó todo.
Zafiro Estelar continuó temerosa, alerta ante cualquier peligro que surgiese. Pero allí sólo había luz, y la luz era cálida y tierna, como una madre que la estuviese abrazando. Y de ella surgió una Voz que era infinitas veces más dulce que la del propio Oa que ella ya había escuchado.
“No temas nada, Elegida de las Zamaron, porque no hallarás enemigos en la Fuente. Aquí sólo hay energías primarias, y los simples conceptos de los mortales no se aplican ya”.
–No... No creí que fuera a poder entrar. Éste es el sueño de todos los que se quedaron ahí fuera, que son unos cuantos.
“Los mortales no son aceptados en el seno de la Fuente. Tu misma naturaleza es contraria a lo que existe aquí. La división entre Universo Material y Universo Dios ocurrió hace muchos eones, y sólo te estaría permitido contemplarnos cuando pasaras al estado inmaterial... lo que vosotros llamáis la muerte. Sin embargo, hoy no estás aquí como Carol Ferris, sino en la forma de Zafiro Estelar, que luce como emblema el Poder del Amor, y es la Elegida de la Diosa Zamaron”.
–Hablas en plural, pero Takión dice que Fuente sólo hay una, que es la que vive en su pecho. ¿Con quién hablo entonces? ¿Quién eres tú, y por qué sabes lo que defiendo?
“Yo soy La Fuente, las muchas Fuentes, las infinitas Fuentes que son sólo Una. Soy el Dios Oa, y la Diosa Zamaron, y Parallax y el Espectro, e incluso Qward, el Mal con el que estás luchando. Soy Rama Kushna que recibe las almas en el Limbo, y tantos más que podría volverte loca sólo con nombrarlos. Las deidades que tú conoces son todas de mi progenie, en un escalón o en otro de la Cadena del Cosmos. De mí nació el Mundo Dios que se separó en Apokolips y Nuevo Génesis, de mí proceden las energías que crearon el Olimpo, el Panteón Egipcio y el Nórdico, los Dioses Aztecas, H'Ronmer, X'Hal y Rao. Yo soy el Principio y el Fin, el Alfa y el Omega, la Zarza Ardiente, Kismet y el Señor del Tiempo. El Bien y el Mal. La Compasión y el Amor que energizan vuestros Anillos. ¿A qué has venido, Zafiro Estelar?”
–A buscar al Espectro. Qward ha atrapado a Hal Jordan en algo llamado el Limbo Negro, una especie de vacío cósmico donde guarda las almas de sus víctimas. Necesitamos refuerzos para ganar esta guerra.
“¿Y por qué piensas que el Espectro debería intervenir en vuestros asuntos?”
–Espectro resucitó a Hal Jordan, y Qward ha intentado matarlo. Aún sigue vivo, pero atrapado en un espacio sin materia. Ya es hora de que La Fuente tome partido en esta historia, que en el fondo es una guerra entre tus distintas encarnaciones.
“¿Y por qué debería La Fuente tomar partido por el Bien? ¿No estamos acaso formados por el Bien igual por el Mal, en la misma cuantía y del mismo modo?”
–Por eso no te pido que tomes partido por el Bien, sino por el Equilibrio. Si en tu interior existen esos infinitos seres, todos ellos deben existir a la misma altura, y ninguno por encima de los otros. Qward ha iniciado por su cuenta una guerra contra la justicia y la bondad en el Universo, y el Bien debe contraatacar si quiere que el Equilibrio se mantenga. Es la Teoría de los Yuga, de las épocas que se suceden alternando los poderes. El Espectro es la Representación de la Justicia y el Orden, y ya es tiempo de que se enfrente cara a cara a su contrario, Parallax.
“Pero no hay un alma humana que lo guíe. No puedes esperar una respuesta de la Llama Verde sin que esté unida a un mortal”.
–¿Por qué? ¿Para qué necesitas a los hombres? Le diste poder a Alan Scott y a Jim Corrigan. ¿Por qué no actuar solo... por una vez?
“Porque este juego trata de los mortales. Vosotros empuñáis nuestros poderes, vestís los colores sagrados de cada bando, y de un modo u otro, decidís el resultado de cada guerra. ¿Qué es el Amor, la Compasión, o incluso el Bien y el Mal, si no hay nadie que los enarbole como una bandera? ¿Para qué servirían entonces, Zafiro Estelar?”
La mujer respiró hondo. Sabía que esto iba a ocurrir desde el momento justo en que puso rumbo hacia el Muro.
–Muy bien... Entonces toma mi alma.
“¿Qué? ¿Estás segura de lo que dices, Hija de las Zamaron?”
–Completamente. Si el único poder capaz de liberar a Hal es el Espectro, y la única manera de que el Espectro luche es atado al alma de un humano, doy gustosamente mi alma por ello. Esto... es una cuestión de amor... y el Amor es el poder de mi Luz Violeta.
Abrió los brazos, y de su pecho nació un poderosísimo haz de pura energía inmortal, conducido directamente desde el corazón mortal de Carol Ferris.
Y de algún modo La Fuente supo entonces que de nuevo los humanos serían los que marcaran la diferencia.

El miedo ha desaparecido.
Ya no hay maldad, ni muertes gratuitas. Ya los niños no son esclavizados, ni los hombres de bien sufren a manos de quien no teme a nada, porque no existían la autoridad ni la justicia.
Ahora las calles están limpias de nuevo, y los horrores pueden contemplarse a la cara y decir que no.
En Keystone City, un relámpago rojo custodia las calles del mismo modo que hizo su tío antes que él. Corre, pelea, viaja por el tiempo y por las dimensiones, y en sus ojos se atisba de nuevo la esperanza.
En Star City, un viejo liberal que lo perdió todo hace años defiende lo poco que queda de nobleza en mitad de una ciudad del pecado, y su símbolo es una imagen de moderno Robin Hood. Y halla la paz entre los brazos de un canario.
Un antiguo príncipe egipcio es traicionado por un hombre en el que había confiado, y eso crea una maldición que le obliga a reencarnarse época tras época, siempre en busca de su amada, siempre asesinados por él. Y enmedio de ese continuo de múltiples reencarnaciones, su figura es una representación viviente del heroísmo, un ejemplo del Bien y la Justicia a través de las épocas.
En una isla perdida en algún lugar del océano, una comunidad de damas inmortales escogen a la mejor de ellas para llevar su cultura por todo el universo. Esta princesa única, de nombre Diana, será conocida por los pueblos con el elogioso nombre de Wonder Woman.
Una noche trágica, una pareja de multimillonarios son asesinados en un oscuro callejón de Gotham City. Su hijo, testigo del hecho, hará una solemne promesa sobre el cuerpo sin vida de sus padres: perseguir el mal en todas sus formas, llevar a los culpables siempre ante la Justicia, e impedir que algo semejante le ocurra a nadie más. Este hombre distinto a cualquiera, ejemplo de voluntad inquebrantable y poder mortal, adoptará el nombre atávico de Batman, llevando el terror al corazón de los villanos.
Y finalmente el hombre–dios, el campeón de los afligidos, el Superhombre de Nietzche. Un ser perfecto de entre la mortalidad de los hombres, y el último hijo de los míticos hombres–dioses de Krypton, que una vez fueron importantes en el Universo, y ahora ya no existen. Sus nombres han sido muchos... Kal-El, Clark Kent de la Tierra... pero sus intenciones siempre han sido la defensa a ultranza de los pobres y desamparados, de aquéllos que no pueden defenderse solos. Y por ello las voces de esos hombres lo han denominado Superman, y es un faro de esperanza cuando todos los demás han fallado. Él nunca se equivoca, nunca se rinde. Él es la Verdad, la Justicia y el Modo de Vida de los Hombres. Él es lo único que resta del brillante pasado de Krypton... y el futuro de la especie humana al completo.
Y así, estos héroes incontestables, estos campeones sin reto pronto se unieron en una sola fuerza. Flash, Green Arrow, Canario Negro, Hawkman... y la incomparable Trinidad de Superhéroes: Wonder Woman, Superman y Batman. Y llegó el día en que decidieron trabajar como un solo hombre para enfrentarse a amenazas que ninguno de ellos podría atajar por sí solo. Y fundaron la Liga de la Justicia de América. Y se dirigieron hacia Oa, porque sabían que el destino del Universo entero iba a decidirse en una sola mano de póker.
Estoy a punto de morir, y soy consciente.
En mi vida he estado muchas veces en situación de riesgo vital, y a estas alturas creo que ya no sabría llevar la cuenta. Entre mis años como piloto de las Fuerzas Aéreas, luego astronauta en la NASA y la Estación Espacial Internacional, piloto de pruebas en Ferris manejando los cacharros más experimentales que uno pueda imaginarse... Bueno, y luego toda esa parte desde que Abin Sur se estrelló en California, que tampoco fue mala.
Pero desde luego no es que pueda decir que estuviera muchos días tan en peligro como hoy. Desarmado, desprovisto del manto del superhéroe y todo lo que representa, convertido de nuevo en un simple humano que debe afrontar peligros universales. Si no pude hacer nada contra Qward cuando aún tenía de mi lado el anillo de Green Lantern y el poder de los Guardianes de Oa, ¿qué se puede esperar de mí ahora que estoy indefenso y atrapado en su limbo?
Esto va a salir mal.
Así me va, por meterme en guerras cósmicas donde nadie me llama.
Owlman me agarra por el brazo y me zarandea como si fuese un muñeco, Superwoman se ríe mientras hace añicos mi ropa con su fuerza, Johnny Quick me clava los puños en el estómago cien mil veces por segundo, y Power Ring me aplasta la cabeza dentro de un torno de alfarero. Sólo están calentando. Psycho Kid me fríe las ideas con su condenada telepatía. Lord Volt me castiga con relámpagos, y su hija me atrapa entre unos zarcillos letales. Supergirl me dibuja símbolos kryptonianos en el pecho con la visión calorífica. Esto no pinta nada bien.
Y mientras, al fondo, mi mejor amigo Barry Allen observa la escena sin moverse, aguardando su oportunidad para sacudirme otro poco. Aguardando. Aguardando.
¡Ja, ja, ja! ¡Voy a hacer que esto dure mucho tiempo, humano! –grita el Anti–Monitor con la voz del Doctor Muerte–. ¡Pagarás con creces por tu maldita intromisión!
Sangro. Mi saliva corre por el suelo entre el olor de la carne chamuscada y mis propios gemidos inconscientes. No quiero darles la satisfacción de gritar, pero a veces no puedes evitarlo. Levanto la cabeza, y le miro, entre la nube roja que empieza a enturbiarme la visión.
Muy bien, Qward: hagamos que esto dure.
Salto con las pocas fuerzas que me quedan, agarro la mano derecha de Power Ring y le rompo todos los huesos. Siempre se dijo que la única debilidad de un Green Lantern era el amarillo, pero prueba a cogerlo por sorpresa y verás que da lo mismo el color de tu ropa. Le quito el anillo de entre los dedos partidos, y lo coloco en mi mano. Ahora sí que esto empieza a funcionar.
–¿Crees que ese trasto te va a servir de ayuda? ¡Sólo prolongas lo inevitable, Jordan!
Me olvido de su cacareo y me concentro, ignorando el dolor y que apenas consigo respirar. El arma de Power Ring fue creada también por los Guardianes, en una curiosa estratagema para custodiar Tierra–3 por medio de darle alas a un asesino (cosas del equilibrio de poderes: si el que manda es un estúpido psicópata con anillo verde no tendrán éxito las maquinaciones de Qward... hasta que se trague el universo entero con una nube de antimateria, claro). Así que imagino que debería obedecer a la clase de órdenes mentales que utilizaba yo con mi anillo. Supongo.
Me concentro, y de mi mano brota un haz de pura energía esmeralda que ilumina todo el Limbo Negro, y mis enemigos dan un paso atrás.
–¿Esperas derrotarme con eso? ¡Yo gobierno este plano de existencia, Jordan! ¡Fui yo quien lo creó de la nada, y quien maneja sus leyes físicas!
La gravedad se invierte de pronto, y las supuestas paredes se convierten en agujeros negros que succionan por completo mi luz. Pero mi cara vuelve a estar llena de confianza, y sonrío al mirarle envuelto en el aura del anillo.
Ahora nada importa más que mi trabajo. Vuelvo a ser Green Lantern, aunque esta vez sea uno improvisado, y eso cuenta más que todos sus complots malignos.
Lanzo una descarga de energía mental directamente al cerebro de Psycho Kid, dejándolo inconsciente, y un rayo de radiación de sol rojo a esta Supergirl, que por suerte tiene las mismas debilidades que el kryptoniano que yo conozco. No empleo kryptonita porque sé que eso aumenta los poderes de Ultraman (malditos universos reflejados), al que encierro en un ataúd de plomo que no le dejará escapar en siglos. La cosa va bien. Superwoman intenta acabar conmigo a base de fuerza, pero eso no es nada para alguien que puede crear las barreras más impenetrables y el ultrasonido más potente para acabar con ella. Igual que con la preciosa familia de Tierra–6, que también tienen los oídos sensibles.
–Te lo tienes muy creído, guaperas –dice Johnny Quick, arrastrando las palabras para que pueda oírlas–, pero no lo serás tanto cuando pelees con un tipo verdaderamente rápido.
Y al hablar en realidad estoy mirando detrás de él, donde Flash sigue inmóvil. Aguardando.
–¿Sabes?, eso ya lo habíamos pensado en mi universo. Durante mucho tiempo estuvimos peleando mi amigo Barry Allen y yo para saber quién era el más rápido de todos, y al final llegamos a una conclusión: él podía moverse más deprisa que nadie, pero a la hora de un combate, yo puedo reaccionar a la velocidad del pensamiento. ¿Quieres probarlo?
Masculla entre dientes, y por un segundo teme que esté en lo cierto. ¿Y si en verdad ya no es el hombre más rápido del mundo? Vacila, y su fe se quiebra en pedazos. Ése es el truco de la chulería, y para lo que sirve. Cuando avanza no es ni una sombra de lo que podría llegar a ser, y yo estoy listo.
Me golpea con un tornado sónico, con su propio estruendo al romper la barrera del sonido, que dirige por medio de corrientes vibracionales, pero ya estoy protegido por un millón de campos de fuerza. Chilla de furia, porque en los escasos milisegundos que tarda en romperlos ya he creado un centenar de arietes de piedra que tiene que esquivar, y minas explosivas que le obstruyen el paso. Vibra, tal y como hacía Barry para atravesar los objetos sólidos, y entonces se lanza a por mí como una nube de pura energía cinética imparable. Me lo va a poner difícil. Su dominio de las frecuencias atómicas que conforman su propio cuerpo es increíble, y hace que ni pueda golpearlo con nada ni afectar al torbellino en que se ha transformado. Aunque todavía queda una oportunidad.
La energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma.
Creo un diminuto agujero negro que absorbe casi toda la masa de protones y electrones que ya casi me había alcanzado, y congelo el resto de un solo fogonazo para detener sus moléculas e inmovilizarle. Lo que me enseñó Flash fue que todo el Universo está construido sobre la vibración de ciento y muy pocos átomos combinados, y manejando eso te conviertes en Dios. El calor es sólo vibración acelerada, y al congelar a mi enemigo le he detenido para siempre.
No puede ni darse el lujo de insultarme.
Observo a Barry. Ya no quedan más enemigos. Es el momento de que tomes una decisión, amigo mío. Cruzamos miradas, marrón contra el azul más profundo del mar, y nada está claro. Llevo siendo compañero de Barry Allen desde que se fundó la Liga de la Justicia, hace muchos años, y ya en ese primer momento nos sentimos como hermanos. Un policía científico de Central City y un antiguo soldado californiano, dos personas que no podían tener menos que ver aunque lo hubiéramos hecho a posta. Yo siempre era el más impetuoso, y él sin embargo estudiaba veinte veces cada situación antes de dar un paso. Claro, que eso no es muy difícil, cuando puedes estudiar veinte veces una situación en apenas microsegundos, y tu reacción siempre parecerá inmediata. Tramposo.
Da un paso hacia delante, a velocidad normal, y aprieta los labios con un aire de impotencia.
–Las reglas de este Limbo me impiden hacer nada por ayudarte, Hal… pero ni todos los dioses malignos del Cosmos podrían hacer que peleara contra ti. Suerte, amigo… ¡Y dale una paliza a este tipejo!
Se vuelve, y su figura ennegrecida desaparece entre las sombras. Puedo imaginarme lo mucho que le ha costado tomar esta decisión. Por eso, entre todos nosotros, Barry es uno de los que con más razón pueden ser llamados “héroes”.
–Muy divertido, humano. Realmente consigues entretener mis larguísimos eones de vida. ¿Y ahora? ¿Cuál será tu próximo truco, cuando tengas que enfrentarte al Amo del Universo de Antimateria?
De pronto a mi espalda se abre una grieta, y la oscuridad se rompe en pedazos ante un chorro de luz verde que parece dotada de conciencia propia. Pero no es la luz de los Guardianes, no es el verde esmeralda que rezuma vida por cada uno de sus poros. Es una luz mortecina, como venida de ultratumba, y que por desgracia reconozco al instante.
–¡Tu Reinado del Mal acaba justo ahora, Dios Qward! Ya nos enfrentamos cara a cara hace algún tiempo, cuando también quisiste tragarte la existencia entera y hacerla tu patio de recreo. ¡Y hoy, como entonces, es El Espectro quien se opone a ti!
La siniestra figura de capucha verde surge de la nada justo detrás de nosotros, y veo cómo el Anti–Monitor se contrae. Ya no hay risas ni amenazas grandilocuentes, porque sabe que éste es un combate que no tiene tan fácil ganar. La última vez que se encontraron fue El Espectro quien llevó la victoria, y de paso aprovechó la guerra en el Alba de los Tiempos para deshacer el Pecado de Krona y recrear un Universo Único, tal y como tenía que haber sido desde el principio. Ahora tengo frente a mí el segundo asalto, y lo único que sé con seguridad es que nos lo estamos jugando todo.
Pero... ¿de quién es el alma que está guiando al Espectro?
–¡Hal! ¡Hal, cariño! ¿Estás bien?
Me giro al escuchar esa voz deliciosa, y veo el aura violeta de la mujer de mi vida: Carol Ferris. Zafiro Estelar, ahora y para siempre.
–¡Dios mío, te han dado una paliza!¿Qué es lo que ha pasado aquí?
–Digamos... que me las he arreglado para acabar con toda la Liga de la Justicia, y alguno más que pasaba por aquí.
–¿Tú solo?
–Bueno, siempre fui un tipo con recursos. ¿Y tú?
–Fui volando hasta La Fuente, y convencí al Espectro para que interviniera en la batalla para plantarle cara al Anti–Monitor. Usé la Luz del Amor para que se apiadara de nosotros y que no hiciera falta un alma humana para guiarlo.
–Ah... Vale, entonces creo que ganas tú. Los dioses valen más que los superhéroes.
La miro, y sé que miente tan pronto como pronuncia las palabras. No sólo porque yo mismo haya estado unido al Espectro y sepa cómo funciona, sino porque también la conozco a ella, y nunca supo mentir. Sé que el maldito Fantasma Verde no se ha metido en esto sin cobrar un precio, y que Carol ha tenido que vender parte de su alma para convencerlo. Aprieto los labios, y asiento. Lo más importante del amor son los silencios. Cuando sabes lo que ella está pensando y no quiere decir, y respetarlo, porque la adoras.
Admiro a Carol Ferris. Ella sí que es de verdad una heroína. Sin su apoyo no habría durado ni dos minutos como GL, ni podría sobrevivir a algo como esto.
–¡Vámonos, Hal! ¡Al Limbo Negro le quedan muy pocos segundos!
Volamos a través de la grieta, y vuelvo a contemplar el campo de batalla.
Oa. El Universo Positivo.
Mi territorio.
La batalla está servida.
De un lado, Qward, el Mal Encarnado, el Universo de Antimateria que invade el nuestro e intenta consumirlo. Del otro, Oa y los defensores del Bien, infatigables: los nuevos Green Lantern Corps, guiados por Kilowog y Kyle Rayner; los reprogramados Manhunters, liderados por Guy Gardner; los Cuatro Fantásticos del Universo Eternidad; los Nuevos Dioses del Cuarto Mundo; la Liga de la Justicia... y finalmente Carol y yo, los últimos en llegar, pero también los más esperados.
–¡Hombre, te echábamos de menos, Hal! –grita Flash desde la superficie oscura de nuestro enemigo–. ¡Ya creíamos que ibas a perderte la fiesta!
–¿Estás loco, Wally? ¡Sólo esperaba para hacer una entrada triunfal!
Y ahora sí que parece que nos quedan oportunidades. Los anillos esmeralda no son muy útiles contra la Luz Negra de los Armeros de Qward, pero ni Superman ni Wonder Woman tienen demasiados problemas. La batalla se recrudece, y son conscientes de que están luchando contra los mejores guerreros de todo el Universo, pero lo hacen en igualdad de condiciones.
Y junto a nosotros, El Espectro emerge de los restos del Limbo Negro, trayendo consigo las almas que antes pertenecieron a Qward, y que ahora ha purificado.
–¡Afronta la Responsabilidad por tus actos, Dios Oscuro, y cae ante el poder de aquéllos a los que asesinaste!
Abre su capa, y los que ahora vuelven a ser héroes se apuntan a una guerra en la que tienen mucho que devolver. Wally pelea por primera vez junto a su tío, que fue su predecesor y le mira con orgullo, mientras Superman sonríe a una prima que nunca conoció.
Y a nuestra espalda, una voz resuena en el alma de todos, porque es el Poder Blanco de la Vida, que representamos.
–¡Defensores del Bien, uníos! ¡En manos de los Guardianes no hay batalla imposible! ¡Contemplad la grandeza de Hal Jordan, la Voz de Oa, del Patriarca Kilowog y de Kyle Rayner, llamado el Adalid de la Imaginación! ¡Incluso del temido Guy Gardner, Representante de la Voluntad Humana! Pero aún falta uno de mis soldados, alguien que cambiará para siempre el signo de esa batalla. ¡Descubrid y temed a John Stewart, al que conocen como La Voz de los Hombres!
Y conforme suenan estas palabras se abre un portal cósmico sobre Oa, y por él llega mi amigo John acompañado por cientos de miles de seres alienígenas, de millones de personas de los mundos más diversos. Hay tamaranos, braalianos, trommitas, coluanos y muchos más. Reconozco a algunos nativos de Daxam, Thanagar, el Dominio y otros miles que no he visto nunca. Su anillo crea un camino por el que vienen representantes de todos los mundos habitados del Universo. Éstos son los verdaderos enemigos de Qward, aquéllos a los que ha tratado como víctimas pero en realidad son sus verdugos.
Porque John ha coseguido que pierdan el miedo al Mal, que lo contemplen sin estremecerse y actúen como uno solo.
–¡Adelante, levantad vuestros puños ante Oa –grita con la furia triunfal de quien va a asestar el último puñetazo–, y recitad el juramento que os he enseñado!
Y al mostrar sus manos veo que cada una luce un anillo esmeralda, y las voces se unen formando una sola:

“En el día más brillante,
en la noche más oscura,
ningún mal escapará de mi mirada.
Que aquéllos que adoren el poder del Mal
tiemblen ante mi poder:
la Luz de Green Lantern”.

Y el Universo entero se llena de verdor, y la estrellas lucen hermosísimas reflejando la Vida que nace en ellas. Todos estamos unidos. Todos somos hermanos.
Todos y cada uno somos Green Lanterns.
El Anti–Monitor chilla como una rata moribunda, sabiendo que la Oscuridad no puede hacer nada contra esto. Se agita, se encoge, y su cacareada superioridad se viene abajo.
–¡Estás acabado, demonio! –afirma Ganthet, con una Voz que se clava en las conciencias–. ¡Por el Poder que me ha sido concedido convoco el Grito Cósmico! ¡Que el Fragmento del Bien que anida en el alma de todo ser vivo nos apoye ¡Que todos los mortales de la Creación sepan lo que nos jugamos en esta batalla, y nos otorguen su favor! ¡Ahora no te enfrentas a dos Oanos moribundos, Qward, sino a la fuerza pura de la Vida que canalizamos! ¡Descubre tu error, y cae vencido!
Es una sensación indescriptible, como si el Universo entero estuviera formado por redes de Vida que cruzan los planetas, y todos fuéramos nudos de esa red. Como si el mismo Big Bang nos hubiera hecho hermanos, y por primera vez en eones pudiéramos verlo con claridad. En este instante no hay razas, ni especies, ni orígenes o mundos diferentes. Ahora sólo hay un ente que lucha contra el Mal con las infinitas armas a su alcance, y ese ente es la Vida.
El Cosmos se vuelve blanco brillando con la fuerza inconmensurable de sus individuos hermanados. El Cosmos es sólo Uno, y es imbatible.
¡No podéis acabar conmigo! –grita el Demonio–. ¡Ahora he conseguido un cuerpo material, y para expulsarme tendréis que matarlo! ¡Ahora soy el Doctor Muerte, y eso me hace imposible de derrotar!
–¡No eres el Doctor Muerte! –chilla una vocecita desde la Madre Caja que vive en el pecho de Orión, mientras una forma humanoide se materializa en la nada–. ¡Yo soy el Doctor Muerte, y tú eres una pobre ilusión!
Y de sus manos parte un rayo de luz negra que rompe en pedazos el cuerpo ficticio del Anti–Monitor.
–¡He cruzado universos enteros para estar aquí este día, monstruo! ¡He hecho pactos con los verdaderos Dioses del Mal para que tu obra desaparezca! ¡Yo soy Víctor von Muerte, y con esta sola obra te destruyo!Qward se deshace, como el humo que se extingue al apagar un fuego. Su Oscuridad no puede enfrentarse a la Luz Blanca de toda la Vida del Cosmos, y parece que tampoco al poder maligno de Darkseid y la crueldad humana del Doctor Muerte. Ha sido combatido con sus mismas armas, y con aquéllas que se oponen por completo a su naturaleza... y ha perdido.
Se extingue, como un mal recuerdo que no queremos conservar, y entre las briznas de humo que lo conforman aún se puede oír brevemente su Voz:
–No podéis terminar conmigo por completo. Yo soy el Mal, y por tanto seguiré existiendo mientras haya mortales que elijan libremente. Renaceré en el Universo de Antimateria, y os estaré esperando allí, junto a Parallax, para vengarme de vosotros cuando menos lo esperéis. No bajéis nunca la guardia, Defensores del Bien, porque algún día...
Pero ya no se escucha más, y desaparece.
La figura negra se acaba, y también el recuerdo de Parallax y sus maquinaciones.
Estamos libres, por fin.
Hemos vencido.
Hemos vencido.
La batalla ha terminado por fin, y podemos respirar aliviados. Los héroes nos replegamos sobre los cielos vivificados de Oa, el mundo que se partió en pedazos y ahora late de nuevo con fuerza.
El Espectro flota por encima de nuestras cabezas y su rostro empieza a difuminarse, mientras su esencia vuelve a casa.
–Podéis sentiros orgullosos, Campeones del Bien, porque hoy hemos librado la más temida Guerra de la Luz y la Oscuridad, y hemos estado a la altura. Los guerreros de Oa habéis demostrado el auténtico valor de la fe en la Justicia, por encima del Miedo y el Egoísmo humanos. Los héroes venidos de la Tierra han devuelto al Universo una confianza eterna en el Bien, que perdurará más allá de lo infinito. Incluso El Espectro ha aprendido hoy una lección, y es que el Equilibrio de Poderes no puede ignorarse fácilmente, porque mirar hacia otro lado sólo conllevará dolor e injusticia. Enhorabuena, campeones, porque esta victoria realmente es vuestra, y por vuestra acción declaro purificadas las almas de los hombres y mujeres que estaban atrapados en el Limbo Negro, y que desde este día entrarán en el Cielo tal y como se merecen por sus actos. Despedíos de ellos, porque les queda poco tiempo entre vosotros, aunque sus espíritus estén por siempre a vuestro lado.
Barry nos observa emocionado a Wally y a mí, con la mayor de las esperanzas en sus ojos azules.
–Estoy muy orgulloso de lo que hacéis aquí. Siempre supe que podía retirarme en paz después de ver que continuaríais mi trabajo, pero ahora me siento mucho más tranquilo. El Universo se ha salvado, y sé que lo dejo en manos tremendamente capaces. Wally, me... me llena de orgullo saber que vistes mi traje, y que llevas mi nombre. El legado de Flash... el mismo que me pasó a mí Jay Garrick... no podía tener mejor heredero. Y tú, Hal... desde luego, eres un gato con muchas más de siete vidas.
–No te rindas, amigo. Haré lo imposible por revivirte. Yo fui el Espectro. Aún puedo subir al Cielo y bajarte hasta aquí.
–No, Hal, mi tiempo ha pasado. Hasta tú sabes que hay cosas que no pueden hacerse, o ya lo habrías hecho cuando llevabas la capa verde. No, yo elegí morir, y lo haría cien veces si con eso puedo darle un solo día más de vida al Universo. No os preocupéis por mí, ya habéis oído al grandullón: tengo un sitio de honor esperándome allí arriba. Y estad seguros de que voy a estar mirando hacia aquí, ¿de acuerdo? Así que portaos bien... o voy a tener que bajar a daros unas lecciones.
Nos abraza, y lentamente va desapareciendo, pero no como una imagen sino como un recuerdo que no se olvida, como una presencia que estará con nosotros para siempre.
Se va, y sabemos que estará en un lugar mucho mejor que éste, al que un día iremos a reunirnos con él.
Y al otro lado del grupo de héroes, Supergirl se despide de un kryptoniano al que no conoce de nada.
–Sé que no eres mi primo, pero la verdad... es que te pareces muchísimo, ¿sabes?
–He leído archivos de mi padre sobre mi prima Kara Zor-El, la hija de su hermano, pero... al menos en mi Universo, lo que sé es que murió en la destrucción de Krypton.
–Una pena. Mi Kal-El desapareció al reconstruirse el Universo Único en el Alba de los Tiempos, y fue sustituido por ti. Por lo que vi en los años que he estado en el Limbo Negro, tanto él como yo hemos sido olvidados.
–La verdad... es que me encantaría que hubieras sobrevivido. Tener alguien de mi propia familia... Alguien con quien hablar... Alguien como yo.
–¿Te sientes... solo, Kal?
–A veces sí. Tengo a Lois, que es mi vida entera, y a mis amigos de la Liga de la Justicia... Pero no es lo mismo.
–Te comprendo. Pero sabes que siempre vas a tenerme contigo. Yo me voy ahora, pero tanto tu prima como yo vamos a estar observándote. ¿De acuerdo?
–Gracias. Os tendré presentes en mi alma.
La besa en la frente, y la hermosísima rubia de ojos azules se esfuma como si no hubiera sido más que un fantasma.
Y con ella los miembros del Sindicato del Crimen, y el telépata que sirvió en las filas de la Legión de Súper–Héroes, y los últimos supervivientes de Tierra–6.
Y ahora sí que podemos decir que la batalla ha terminado.

–¿Y qué tienes que decir de eso, Maestro Metrón, de lo que ha sucedido?
–¿Por qué tendría que decir algo? Has visto los hechos tanto como yo, y no tengo opinión alguna. Mi función es sólo de cronista, y por tanto carezco de emociones acerca de los sucesos humanos. Igual que debería ocurrirte a ti.
–Pero... Pero... ¿Cómo es posible que no sintáis nada? Hemos contemplado la batalla más grandiosa de la Humanidad, el signo más brillante del heroísmo. ¿Cómo podéis no estremeceros ante eso?
–He visto muchas cosas en los largos milenios que llevo en el Cosmos, joven Sayid, y no todas gratas. He visto guerras de dioses saldarse con los actos más innobles, he visto vender a niños recién nacidos a cambio de una paz que no duraría, o galaxias consumidas en busca del poder oscuro. ¿Debería acaso entristecerme por cada uno de esos días aciagos? ¿O llorar por algo que no puedo evitar?
–¿Que no podéis? Hoy he visto a un simple mortal vencer al más terrible de los dioses, al Señor de los Demonios del Universo de Anti–Materia, al que incluso en Nuevo Génesis se le teme. ¿Y en cambio vos no podéis hacer nada sino observar? Con vuestra maravillosa silla mágica y los conocimientos que habéis atesorado... pero no hacéis nada, sólo mirar desde lejos. Como si os fuera vergonzoso intervenir.
–No vergonzoso, niño... Indebido. Hay actos en el Universo que deben ocurrir, y otros que no. Hal Jordan debía librar esa batalla por sí mismo, y el resultado era algo que marcaría por siempre la Historia de los Hombres. El equilibrio se ha establecido de nuevo, y nadie sabe por cuánto durará. Pero en caso u otro, no debe ser Metrón quien lo decida. Mi papel es distinto, y no por eso menos importante. En una guerra tan compleja como la del Bien y el Mal, que lleva librándose desde que hay mortales y tienen conciencia de sí mismos, mi función es la más extraña de todas, pero a la vez la más decisiva: yo soy la neutralidad.
–Decid más bien la mezquindad. Os arropáis en discursos grandilocuentes para no tomar partido en este asunto. Porque tanto le debéis al Alto Padre como a los actos despreciables de Darkseid.
–¿Crees que me conoces, niño?
–Vuestro pasado se conoce bien en Nuevo Génesis. Estamos al tanto de que fuisteis vos quien ayudó al joven Uxas a llegar al Trono de Apokolips, y más tarde quien le desveló la existencia de la Ecuación de la Anti-Vida, cuyo manejo ansía desde entonces.
–¿Y ésos los consideras actos innobles?
–¿Pretendéis reíros de mí? ¡Es Darkseid! El ser más cruel y terrible del Universo. Y hoy no sería nadie de no ser por vos.
–Al final es obvio que no he podido enseñarte nada. Debes saber, niño, que hay hechos que no pueden evitarse, e incluso que deben suceder. Qward no pudo borrar a los Green Lanterns de la Historia del Universo, porque sabía que otros ocuparían su puesto y lucharían contra él del mismo modo. Uxas estaba destinado a convertirse en Darkseid, e incluso fue bueno, porque yo defiendo este equilibrio que ahora se ha vuelto a instaurar. Bien contra Mal. Apokolips y Nuevo Génesis. Oa y Qward. Nosotros estamos en el medio, Sayid, porque también debe haber un fiel en mitad de cada balanza. Algo que la mantenga centrada.
–Pues temo que ese algo no podré ser yo, Maestro. El Alto Padre siempre admiró el coraje y la determinación de los humanos, y ahora entiendo por qué. La nobleza que he visto en este día no podrá borrarse nunca... y yo no seré capaz de olvidarla. Vuestro papel es demasiado frío... Demasiado inhumano.
–No somos humanos. ¿Por qué debería yo tener sentimientos como los de ellos?
–No hay nada que debáis. Vivid vuestra vida como os guste, Metrón... Pero a mí llevadme de vuelta a Nuevo Génesis, que ya decidiré yo cómo vivo la mía.
Y el anciano observador guardó silencio, pero enfiló su rumbo de vuelta al hogar de su pupilo, con una mirada que pretendía no ser muy triste.
Metrón había perdido de nuevo a un sucesor, esta vez no por la corrupción de su alma, sino porque ésta era demasiado pura para aquellos trabajos. ¿Alguna vez conseguiría que alguien le comprendiese? ¿Encontraría algún niño que entendiera la delicada labor que era la suya?
No dijo palabra, y aceleró al máximo para llegar cuanto antes al mundo del Alto Padre. Tenía mucho que hacer para preocuparse de un chaval que no quería ocupar su puesto. En la Galaxia Delta–Prima–84–6 acababa de explotar un sol llevándose al infierno a tres planetas habitados, y haría falta un cronista que lo registrase.
Lo demás, todo lo demás, por desgracia podía esperar hasta más tarde.

Concluirá...

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